El profeta Mimí – José Estrada, 1973

El profeta Mimí

México, 1973

Director: José Estrada

Género: Drama, suspense

Guión: José Estrada, Eduardo Luján, Arturo Rosenblueth

Intérpretes: Ignacio López Tarso (Mimí), Ofelia Guilmáin (Doña Eulalia), Ana Martín (Rosita), Carmen Montejo (Magdalena)

Música: Joaquín Gutiérrez Heras

Argumento

Ángel, apodado Mimí, es un hombre de mediana edad que vive con su anciana madre en un barrio humilde de la capital mexicana. En esa vecindad, por las noches, las calles se llenan de prostitutas. La madre es una santurrona que le ha inculcado a Mimí un férreo fervor religioso.  La casa está llena de imágenes de la Virgen, y ambos rezan diariamente el rosario con gran devoción.

Poco a poco, varias prostitutas del barrio van apareciendo estranguladas. El autor de los crímenes no es otro que Mimí, quien lleva una doble vida: De día se encarga de realizar recados para sus vecinos, va de compras para ellos o escribe cartas que le dictan analfabetos. Y por la noche, asesina prostitutas en oscuros callejones. Pero no lo hace para castigarlas, sino para “redimirlas”. Siempre actúa siguiendo el mismo modus operandi: Las asfixia con una media negra (…de su madre).

Por las noches, su vecina Rosita suele regresar tarde al edificio. Mimí presencia como el acompañante de la chica la golpea, e interviene para socorrerla. Pero el matón, llamado Federico, saca una navaja y le amenaza. Mimí está platónicamente enamorado de Rosita, y siempre que la joven regresa a su casa, la espía a través de su ventana desde la azotea. Allí arriba vive una señora mayor, que abusa del alcohol, y quien le dice a Mimí que Rosita es “una protestante”.

Al “escritorio público” de Mimí suele acudir su vecina Catalina (“Catita”) para que él le redacte a máquina las cartas que envía a su hermano. Así, Mimí se entera de que ella, al ser muy pobre, se ve obligada a prostituírse, y que padece además una enfermedad venérea. Mimí no escribe eso en la carta al hermano, a quien la mujer pide dinero. Esa noche, en un destartalado hotel del barrio, la Catita se convierte en víctima del „redentor“ Mimí, quien la estrangula con la negra media de su madre…

Éstas secuencias (que nos van presentando al personaje principal y su vecindario) se van intercalando con un traumático episodio de la infancia de Mimí, que los espectadores vamos conociendo a base de flashbacks intermitentes: A comienzos de los años treinta, el niño presenciaba como su padre le era abiertamente infiel a su madre, trayendo a sus amantes a casa y restregándole a su beata esposa el adulterio en las narices (“Rata de sacristía, cinco años me has negado mis derechos de marido; te hago ésto para que aprendas” dice el hombre alcoholizado, mientras la mujer se pone a rezar). El pequeño Mimí es testigo de todo. De repente suenan dos tiros, y el marido cae muerto así como la ramera que trajo – Quien disparó, matando a su propio padre, era el pequeño Mimí. Pero fue la madre quien declaró ante las autoridades haber cometido los homicidios, purgando por ellos varios años en la cárcel.

Mimí sigue espiando a Rosita desde la azotea, y una noche la ve sobre su cama llorando amargamente. La chica ha discutido con su padre, quien le reprocha que ella desprecie la clase a la que pertenece. Pues Rosita ha comenzado a frecuentar la comunidad del evangélico hermano McKenzie, quien se dedica a propagar ideas de corte calvinista (al estilo de que “Dios quiere más a los ricos, la prueba está en que ha hecho que éstos prosperen”, etc). Rosita, influenciada por esa secta, se ha obsesionado por “progresar” a toda costa, piensa que la vida en el barrio y junto a su gente no hace más que obstaculizar sus aspiraciones de fortuna… Y por ello, para ganar dinero, se dedica a frecuentar al pendenciero Federico – cuya ocupación es la de proxeneta, y quien pretende que Rosita “trabaje para él” prostituyéndose (Ese es el motivo de la discusión que la chica tuvo con Federico la noche anterior en el portal de su casa, cuando Mimí intervino para ayudarla).

A la mañana siguiente, la policía toca a la puerta de Mimí. Quieren interrogarlo porque saben que él estuvo en el hotel donde mataron a la prostituta conocida como la Catita…

Pero no sospechan de él como autor del crimen, se trata de una mera formalidad. Y las autoridades saben además que él escribía las cartas de la difunta, y que estaba al tanto de su correspondencia (lo que tal vez podría aportar datos para la investigación).

Mientras la policía continúa las pesquisas para esclarecer los misteriosos asesinatos de prostitutas que se van sucediendo en el barrio, Mimí acompaña a Rosita un día al “templo” donde predica el “hermano McKenzie” – Los sermones de ese individuo dejan una profunda huella en el sugestionable Mimí…

Comentario

Mimí, un asesino en serie con infancia traumática que se ve a sí mismo como redentor, puede ser descrito como un autista místico. El personaje está brillantemente interpretado por Ignacio López Tarso, protagonista también de “Rapiña” (Carlos Enrique Taboada, 1975), otra obra maestra.

Al igual que en “Rapiña” y en otras películas mexicanas de la época (como en menor grado puede apreciarse también en “Rubí”), se realiza una crítica social enfocada hacia aquellos que reniegan de sus raíces. El personaje del padre de Rosita, descontento ante el hecho de que su hija se haya dejado seducir por una secta protestante, sirve de vehículo para expresar lo que a mi juicio es el mensaje más importante de la película. El padre se lamenta de que Rosita, quien quiere irse de ese “mugriento vecindario”, se avergüence de “ser quien es y de haber nacido donde nació” – igual que el “hermano McKenzie”, quien en realidad es mexicano, pero que usa ese nombre anglo porque se identifica con los gringos y quiere parecerse a ellos. Y efectivamente, durante su sermón, el pastor protestante alaba a “nuestros primos del norte, a quienes Dios siempre ha sabido recompensar”.

Rosita quiere “progresar” y marcharse del vecindario, aunque para ello tenga antes que dedicarse a la prostitución. Eso pondrá al “redentor” Mimí, quien está platónicamente enamorado de ella, ante una peliaguda encrucijada…

La parafernalia masónica y claramente illuminati del “templo” del “hermano McKenzie” no tiene desperdicio… Él predica a sus feligreses que no deben “adorar imágenes”, y el lugar donde realizan su culto está repleto de simbología demiúrgica como el famoso “ojo que todo lo ve” yahvítico encerrado en un triángulo equilátero (que aparece también en el pueblo western de “El Topo”), así como de inscripciones que rezan en inglés “In God we trust” (igual que está escrito en el dólar). Incluso los bancos de la “iglesia” están ordenados en forma de triángulo.

Es muy posible que Alejandro Jodorowsky viera “El Profeta Mimí”, y que le inspirara para realizar su “Santa Sangre” (1989), película con la que tiene algunos importantes paralelismos: La relación casi simbiótica de madre e hijo, el fanatismo religioso, los asesinatos en serie… También con “Profondo Rosso”/”Deep red” (Dario Argento, 1975) se encuentran similitudes.

En éste largometraje sabemos desde el principio quien es el asesino y el por qué de su motivación, pero ello no le resta ningún suspense, pues no se trata de un “thriller” habitual (y la máxima intriga se desarrolla a partir de la relación entre Mimí y Rosita).

En “El Profeta Mimí”, film clasificable como una especie de “mexi-giallo” místico, puede interpretarse una crítica al fanatismo religioso – tanto en su vertiente católica (la madre santurrona y beata) como en la protestante (tendencia que, por cierto, se ha convertido en una corriente subversiva en Iberoamérica auspiciada por los “primos del norte”, y que en las últimas décadas ha ido tomando fuerza en México y en otros países latinoamericanos).

FHP, marzo de 2016

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