Il Grande Racket – Enzo G. Castellari, 1976

Il Grande Racket

Italia, 1976

Director: Enzo G. Castellari

Género: Polizziesco, acción, crítica social

Guión: Enzo G. Castellari

Intérpretes: Fabio Testi (Nico), Vincent Gardenia (Pepe), Orso Maria Guerrini (Rossetti)

Música: Guido & Maurizio De Angelis

Argumento

Una banda de extorsionistas se dedica a aterrorizar a los negociantes (propietarios de tiendas, supermercados, restaurantes…) de un barrio romano para cobrarles unos impuestos semanales de “protección”. Carecen absolutamente de escrúpulos y sus métodos son implacables. El jefe de la organización es un individuo elegante con fino bigote conocido como el Marsellés.

El maresciallo Nico Palmieri (Fabio Testi) intenta terminar con la banda, pero ello resulta difícil, debido a que los testigos (los comerciantes) están demasiado intimidados para declarar contra los criminales, pues éstos son desalmados psicópatas que no vacilarán en cometer las más abyectas monstruosidades. Sólo el propietario de una modesta trattoria, padre de una hija pre-adolescente, se atreve a firmar una declaración que incrimina a los sospechosos. Y pagará con creces las consecuencias: Pues su hija, de unos 12 años, es secuestrada por los delincuentes, violada y asesinada.

La próxima vez que integrantes de la banda acuden al local del pobre hombre, éste, lejos de pagar “los impuestos” recibirá a los criminales a tiros, haciendo lo que la policía y la “justicia” tiene las manos atadas para hacer.

Palmieri (que ha sido víctima de un atentado de la banda, sobreviviendo a una brutal agresión – los chantajistas tiraron su coche por un barranco… con él dentro), busca la forma de desarticular a la organización, pero se encuentra con varios obstáculos dentro del mismísimo cuerpo de policía, pues sus “métodos no gustan”, por ser demasiado “expeditivos” (o tal vez, por ser demasiado efectivos…). Además, los integrantes de la banda del Marsellés (que siempre mantiene un perfil bajo y distante, permaneciendo en segundo plano) cuentan con el constante auxilio de un abogado (corrupto), y cada vez que son detenidos, a las pocas horas vuelven a estar en la calle.

Las investigaciones (individuales) de Palmieri (para quien el caso se convierte en un asunto personal), le hacen llegar a la conclusión de que las actividades de extorsión que practica la banda son tan sólo la “punta del iceberg”, y que el Marsellés está implicado en asuntos de narcotráfico y otros negocios de alcance internacional.

En sus pesquisas, el aguerrido maresciallo cuenta con la colaboración de un veterano delincuente, el “Tío Pepe”, quien pese a cometer actos ilegales es un personaje de buen corazón que repudia la violencia y el terror que emplea la banda de chantajistas, y se muestra dispuesto a informar a Palmieri sobre los movimientos en los bajos fondos.

Cuando poco más tarde el agente es despedido del cuerpo de policía por órdenes de las “altas instancias” (que encubren al grupo criminal), Palmieri formará una alianza con varios presidiarios, ayudándoles a escapar de la cárcel y organizándolos para un implacable enfrentamiento contra los subordinados del Marsellés. Entre los presos liberados se encuentran el “Tío Pepe”, y el dueño de la trattoria, que cumplía condena por el homicidio de tres de los criminales, en venganza por la violación y el asesinato de su hija. También un rival del Marsellés, y un cazador experto con armas de fuego, que desea resarcise por el asesinato de su esposa a manos de los criminales.

Comentario

Muy buen polizziesco de Enzo Castellari, repleto de enormes dosis de violencia, grandes diálogos e impactantes escenas de acción, entre las que destacan los tiroteos. Se muestra sin ambages la crueldad de cierto tipo de delincuencia urbana (que suele actuar a las órdenes de otros delincuentes más peligrosos aún, pero con máscara “respetable”), así como la impotencia del sistema para derrotarla. Se hace patente la impunidad de los auténticos y peores criminales, que están protegidos por las cloacas del “estado de derecho” y por la laxitud de unas leyes que no ponen el bien común en primer lugar, sino el “individual”… con todo lo que ello conlleva.

Entre otros muchos títulos, Castellari también es el director de “La polizia incrimina, la legge assolve” (1973), otro polizziesco de similar temática (el título ya lo dice todo); de “Keoma” (1976), un italo-western visto desde la perspectiva de un mestizo de indio (interpretado por Franco Nero); o de la original “The Inglorious Bastards” (1978), en la que se inspiró Quentin Tarantino para perpetrar su hollywoodiense engendro.

“Il Grande Racket” recuerda en su estilo a “Cani arrabbiati” (1974) (a.k.a. “Rabid Dogs”) de Mario Bava, a films de Sam Peckinpah como “Straw Dogs” (1971) (“Perros de Paja”), y también a una película menos conocida (pero no por ello menos excelente) llamada “L´ultimo treno della notte” (1975), de Aldo Lado.

FHP, 2014

Vite perdute – Giuseppe Greco (a.k.a. Giorgio Castellani), 1992

Vite perdute

Italia, 1992

Director: Giuseppe Greco (a.k.a. Giorgio Castellani)

Género: Drama social, tragicomedia

Guión: Giuseppe Greco

Intérpretes: Maria Amato, Carlo Berretta, Gianni Celeste

Argumento

La película cuenta las andanzas de un grupo de jóvenes delincuentes de medio pelo en la turbulenta Palermo de principios de los noventa (algo así como los “perros callejeros” sicilianos). Se suceden varios episodios interrelacionados por la involucración de los integrantes de la banda, que también por separado hacen de las suyas, en sus respectivos microcosmos.

Al inicio del film, comienza la historia vista desde la perspectiva de un pobre desgraciado muerto de hambre, que se las ingenia para sustraer un pollo asado con la ayuda de una especie de tridente, y que está perdidamente enamorado de Lucia, una chica de familia acomodada, que pasa de él olímpicamente. Como el infeliz no tiene teléfono en su casa, le escribe una carta a Lucia rogándole que llame al teléfono de su vecina, la signora Carmella, y que ésta le avisaría a él. Obviamente, ella nunca le llamará; y sin que volvamos a tener noticia del desventurado, la siguiente escena nos transporta a las correrías del grupo delictivo…

El líder de los malvivientes es un veinteañero llamado Rosario. Él y su banda organizan el secuestro de Lucia, la hija de familia rica. Un día la interceptan a la salida de su casa y la introducen por la fuerza en un coche, dándose a la fuga. Una patrulla de la policía secreta que se encontraba en las inmediaciones observa los hechos y se dispone a detener a los delincuentes. Se desata una larga persecución por las calles de Palermo, que luego continúa en la carretera por las montañas a las afueras de la ciudad. Los secuestradores huyen en dos coches diferentes, y uno de ellos (con la policía “pisándole ya los talones”); precisamente aquel donde también se encuentra la secuestrada, se sale de la carretera y cae rodando por una empinada pendiente, impactando contra las rocas y explotando a continuación. Rosario, que iba en el otro coche algo más por delante, contempla la escena estupefacto, y para vengar a sus amigos, frena, desciende del automóvil y acribilla a balazos a los policías perseguidores, a los que considera responsables de la tragedia.

Por la noche está en su cama tratando de dormir, sin lograr conciliar el sueño a causa de la congoja que le producen los hechos del día; cuando llega su madre (muy preocupada por la vida inestable y errática que lleva) y le amonesta por “no seguir con sus estudios”, “no buscarse un trabajo”, etc, como las madres típicamente suelen hacer.

La progenitora de Rosario trabaja de criada en la casa de un influyente político, que se siente eróticamente atraído por ella. Se trata lógicamente de una madurita, pero el rechoncho y calvo “onorevole” es aún más “madurito”, y se aprovechará sexualmente de ella cuando Rosario es encarcelado tras un intento de atraco, pues con sus influencias consigue la rápida liberación del joven a cambio de ciertos “favores” por parte de la madre de éste. Rosario es puesto en libertad no sólo debido a la intercesión del político, sino también debido a que un incómodo testigo de sus fechorías ha sido intimidado por sus secuaces para que en el momento del careo padezca ciertas “lagunas mnemónicas”, declarando “no acordarse” y “no reconocer” al delincuente entre los sospechosos… Una vez el jefe del grupo está en la calle, se reúne con sus „discípulos“ y tiene lugar una especie de parodia de la última cena.

Pero un policía que se parece a Bud Spencer, insatisfecho con el lamentable hecho de que los rateros salgan a la calle poco después de ser detenidos y harto de la impotencia de la justicia para condenar a los delincuentes, tratará de poner fin a las correrías de Rosario y los suyos.

Comentario

Las tramas dentro de la trama no siempre están bien hilvanadas, de forma que a veces no alcanza del todo a comprenderse la “historia-esqueleto” que sostiene a la película. Por ejemplo, el pobre desgraciado que aparece al inicio, que en los primeros diez minutos se supone que será el protagonista, y con el que el público empieza a sentir gran empatía, ya no vuelve a aparecer más. Ésto es atribuíble a los fallos que presenta en el guión ésta desconocida (pero interesante) producción transalpina.

Existen ciertas reminiscencias pasolinianas (y “eloydelaiglesianas”), pues se encuentra retratado ese subproletariado con tendencia a la comisión de actos delincuenciales, temática recurrente del cineasta boloñés, como en “Accatone” (1961) o “Mamma Roma” 1962) (y en España, del cine quinqui)… En éste contexto también viene a la memoria “Amore Tossico” (1983) de Claudio Caligari (protagonizado, como “El Pico” (1983), por auténticos yonkis y maleantes), aunque éste film se encuentra más bien encuadrado en la línea de “Christiane F.” (1981) y los dramas de drogodependientes heroinómanos de los años ochenta.

El director de éstas “Vidas Perdidas” es el hijo, nada menos, que del jefe de la Mafia siciliana Don Michele Greco (1924-2008), conocido como “El Papa” y mediador entre las familias de la Cosa Nostra, condenado en el Maxiprocesso de Palermo en 1986 – Una especie de Vito Corleone de la vida real.

La banda sonora corre a cargo de un grande: Claudio Simonetti, líder de los Goblin, compositor también de la excelente y setentera/ochentera música synth-rock-wave que acompaña a la mayoría de las películas de Dario Argento (“Suspiria”, “Profondo Rosso”, etc).

FHP, 2014

Gotti – Robert Harmon, 1996

Gotti

EEUU-Canadá, 1996

Director: Robert Harmon

Género: Gangsters

Guión: Jerry Capeci, Gene Mustain

Intérpretes: Armand Assante (John Gotti), Anthony Quinn (Aniello Dellacroce), William Forsythe (Sammy Gravano), Frank Vincent (Robert DiBernardo)

Música: Mark Isham

Argumento

En los años setenta, John Gotti (Armand Assante) es un gangster asociado a la facción de Aniello “Neil” Dellacroce (Anthony Quinn) en el seno de la familia Gambino de la Mafia de New York. Gotti acostumbra a reunirse con sus subalternos en el club social Ravenite, sito en la Mulberry Street de Little Italy. Entre los hombres de su equipo se encuentran su hermano Gene y Angelo “Quak-Quak” Ruggiero. Un día, Neil Dellacroce visita a Gotti en el Ravenite y le comunica que Don Carlo Gambino, el capo di tutti capi, desea hablarle. John y Neil llegan a la casa donde reside el anciano boss, allí los esperan éste, su brazo derecho Paul Castellano (primo y cuñado) y el consigliere Joe “Piney” Armone (Dominic Chianese). Don Carlo tiene un trabajo para Johnny-Boy: Liquidar al gangster irlandés que en una pelea mató a su sobrino.

Tras cumplir el encargo, la influencia de Gotti comienza a crecer en la familia. Pero un soldado que colaboró con él en la eliminación del irlandés resulta ser una fuente de potenciales problemas, debido a su comportamiento demasiado impulsivo e indiscreto, influenciado por el consumo excesivo de cocaína. Gotti decide quitar de en medio a éste estorbo. Pero lo hace sin el consentimiento de la familia. Ello supone una ruptura con las estrictas reglas de la Mafia. Además, a diferencia de Gotti (que tan sólo es todavía un “asociado”) el soldado era un “made man”, un “hombre hecho”, que ha pasado por el rito de iniciación de Cosa Nostra. Y por si fuera poco, era un integrante de la facción de Castellano, primo y cuñado de Don Carlo y su designado sucesor.

Según las leyes de la Mafia, John debería ser ejecutado por haberse saltado las normas de una forma tan flagrante. Pero gracias a la intercesión de su mentor Dellacroce, uno de los subjefes de la familia junto a Castellano, es perdonado. Se salva así de la muerte, pero no de la cárcel: poco después debe ingresar en prisión por el homicidio del irlandés. Pasa un par de años tras los barrotes, y tras cumplir su condena es recibido por los suyos como un héroe. Ahora ya es „uno de los nuestros“, un made man (aunque del rito iniciático no se vea nada en la película).

Estamos en 1976, y el viejo Don Carlo ha fallecido. Al frente de la familia le sucede Paul Castellano, a quien Gotti detesta. Desde hace más de una década, los Gambino han estado compuestos por dos facciones complementarias (ambas unidas gracias a la autoridad de Don Carlo, pero con relaciones recíprocamente poco cordiales entre ellas); la de Neil Dellacroce (a la que pertenecen Gotti y los suyos) y la de Castellano. Mientras que Castellano se encarga de supervisar operaciones financieras de alto nivel, de la delincuencia de cuello blanco (en la construcción, la recogida de basuras, las comisiones, etc); Dellacroce dirige a los tough guys, a los chicos duros de la calle, y coordina sus operaciones de extorsión, asaltos a mano armada, hijackings (o secuestro de camiones repletos de mercancías, etc). Dellacroce es el jefe de los gangsters típicos, y Castellano por su parte, es más bien un hombre de negocios (sucios, sí; pero negocios de oficina, que le mantienen alejado del mundo de la calle).

Sólo hay una cosa que, bajo las directrices de Gambino, para ambas facciones siempre ha sido esencial: Nada de traficar con drogas. El narcotráfico atrae demasiado la atención de las autoridades. La compra y venta de drogas es un “no go”, un asunto tabú, para los uomini d´onore, para la Mafia de la vieja escuela. Sin embargo, para desgracia de Gotti, varios hombres de su equipo no se atienen a esa regla de oro, entre ellos su propio hermano. Cegados por la codicia, Genie y “Quak-Quak” (llamado así por su propensión a hablar demasiado, algo que tampoco es aceptable – y que puede ser peligroso – cuando se es miembro de una sociedad secreta) están traficando con ingentes cantidades de heroína, lo cual pronto se convierte en un secreto a voces en todo Brooklyn.

Generalmente, a éstas alturas de los años setenta, el narcotráfico ya estaba muy difundido entre los integrantes de las cinco familias, pero oficialmente seguía prohibido por la Comisión – aunque en general los jefes solían ser “tolerantes” y mirar para otro lado (el líder de los Bonanno, Carmine Galante, era él mismo un narcotraficante a gran escala, uno de los mayores artífices de la “Pizza Connection”). Pero ésta política de hacer la vista gorda no era practicada por Paul Castellano, quien como su predecesor era muy severo en temas de drogas. Dellacroce advierte a Gotti sobre el peligro que se cierne sobre su equipo si Big Paul llega a enterarse, y John amonesta a los suyos, sin que ésto les haga cambiar de proceder.

En 1980 una tragedia sacude a la familia. No a la de Cosa Nostra, a los Gambino; sino a la familia personal de Gotti. Su hijo Frank, que paseaba en bicicleta por la vecindad, es atropellado por un coche y muere en el acto. El causante del desaguisado es un vecino de los Gotti, John Favara. Pese a que se trata de un desgraciado accidente, Favara no podrá eludir la venganza del gangster. Un día es asaltado por sus hombres, entre ellos Salvatore “Sammy the Bull” Gravano, quienes le ultiman a tiros en represalia.

Hacia mediados de los ochenta Gotti ha ascendido de “soldado” a caporegime, o capo. Las tensiones en el seno de los Gambino se recrudecen, y ambas facciones (hasta ahora en cierto modo complementarias) comienzan a distanciarse. Sobre todo en el equipo de Gotti, el malestar por el liderazgo de Paul Castellano se hace cada día más patente. En 1985, Gotti teje una conspiración para eliminar al jefe (y reemplazarlo). Para ello, realiza “sondeos” dentro de la familia, y logra hacerse con el apoyo de una parte importante de los demás capos, entre ellos Sammy Gravano. A inicios de diciembre fallece el anciano y enfermo Neil Dellacroce, mentor de Gotti, una especie de padre para él en el seno de la Mafia. El odio de John hacia Castellano crece ante el hecho de que Castellano no se ha dignado a presentar sus respetos al fallecido histórico de los Gambino, prefiriendo no acudir al funeral.

El 16 de diciembre de 1985 tiene lugar el asesinato de Big Paul y de su fiel lugarteniente (subjefe y guardaespaldas) Tommy Bilotti. Ambos son cosidos a balazos cuando se disponían a descender de la limusina que acababa de aparcar frente al restaurante Spark´s Steak House de Manhattan. Gotti y Gravano supervisan la operación desde un coche al otro lado de la calle. Poco más tarde, a principios de 1986, John Gotti pasa a ser nombrado oficialmente como nuevo jefe de la familia Gambino. La ruptura con la Mafia de la vieja escuela, con los tiempos de Don Carlo, es ahora total. Sammy Gravano pasa a ser el subjefe, y de la vieja guardia sólo queda Joe Armone, quien aprobó la eliminación de Castellano y que continúa siendo el consigliere.

A partir de ahora, gracias a su carisma y a su peculiar estilo, Gotti comienza a hacerse muy popular en los medios. Por sus caros trajes hechos a medida comienzan a llamarlo “The Dapper Don”, el “Don dandy”. A ese sobrenombre pronto se añadirá uno nuevo: “The Teflon Don”, pues ningún caso se le “quedaba pegado”; logró salir victorioso de dos procesos. El primero de los juicios, por agresión a un conductor en una disputa callejera; un asunto trivial de aparcamientos. El individuo en cuestión, llamado a testificar, no tenía ni idea quién era Gotti en el momento de los hechos. Ante la corte, cuando el juez le instó a señalar a su agresor, cuando se le preguntó si lo reconocía en el banquillo de los acusados, el pobre hombre, consciente ya de que se trataba del jefe de los Gambino, repuso (temeroso de su vida) que “no se acordaba”, que lo había “olvidado todo”. Así, el capo fué absuelto, y al día siguiente los periódicos titularon “I Forgotti”, juego de palabras con “olvidé” (I forgot) y “Gotti”. Sin embargo, el segundo proceso trataba de algo bastante más serio: Los fiscales intentaron meter al “padrino” entre rejas en base a la ley federal RICO (Racketeer Influenced and Corrupt Organizations Act), mediante la cual se había descabezado con éxito a las otras cuatro familias de la Mafia de New York: Los respectivos jefes de los Bonanno (Phillip Rastelli), los Genovese (Anthony Salerno), los Lucchese (Anthony Corallo) y los Colombo (Carmine Persico). También Paul Castellano estaba encausado, pero Gotti lo libró de ir a la cárcel, pues cayó bajo una lluvia de plomo antes del veredicto. Ahora era Gotti quien se enfrentaba a un juicio que pretendía ser la continuación del llamado Caso Comisión. Pero también logró salir indemne, gracias a la pericia de su abogado Bruce Cutler, siendo absuelto por falta de pruebas.

Los agentes que día y noche seguían los pasos de la cúpula de los Gambino, vigilando constantemente el Ravenite social club y sus inmediaciones, se enteraron de que, cuando Gotti y sus más cercanos colaboradores debían discutir asuntos realmente relevantes subían a un piso situado en el mismo edificio, perteneciente a una viejecita, viuda de uno de los hombres de Dellacroce. La buena señora salía a pasear y allí se quedaban los gangsters, que se sentían seguros y hablaban sin pelos en la lengua, describiendo sus negocios sin tapujos. Una noche, agentes del FBI instalaron micrófonos en la vivienda. A partir de entonces escucharían las conversaciones del escurridizo capo, y reunirían las pruebas suficientes para lograr su definitivo encarcelamiento.

No todos estaban satisfechos con el liderazgo de Gotti. “Piney” Armone, el anciano consigliere, le recriminó su carácter excesivamente “extrovertido” hacia los medios de comunicación, su amor por el protagonismo. Las excentricidades y el afán de llamar la atención son características que pueden agradar “al público” pero que no son bien vistas por los taciturnos mafiosi de la vieja escuela (que guardan un perfil bajo). Esa forma poco prudente de proceder puede resultar contraproducente para la seguridad del clan. Asimismo, la decisión de liquidar a Castellano se hizo sin el consentimiento de las otras cuatro familias. Pues, del mismo modo que para quitar de en medio a un “soldado” hay que pedir permiso al jefe; para “golpear” al jefe se debe contar con el asentimiento de los otros cuatro jefes. Por lo tanto, Armone recomienda a Gotti que se “ponga en guardia”. Efectivamente, no mucho después, en abril de 1986, un coche bomba destinado contra el flamante jefe de los Gambino hace volar por los aires los pedazos de Frank DeCicco, uno de sus más cercanos colaboradores. Gotti empieza a obsesionarse con la seguridad, y a su comportamiento excéntrico y pendenciero se une ahora la paranoia. Ve posibles traidores y conspiradores por todas partes, y ordena el asesinato de varios de sus hombres, entre ellos Robert “DeeBee” DiBernardo (Frank Vincent), un capo dedicado al negocio de la pornografía. “DeeBee” es atraído a las oficinas de Sammy Gravano, y mientras éste le distrae invitándole a tomar un café, uno de sus sicarios le dispara un tiro en la nuca.

Las grabaciones en casa de la viejecita finalmente dan sus frutos. El 11 de diciembre de 1990, agentes del FBI irrumpen en el Ravenite y arrestan a Gotti, Gravano y al nuevo consigliere Frank LoCascio. Cuando éstos escuchan sus propias voces, que han sido grabadas por los micrófonos policiales en la casa que los gangsters creían segura, saben que ésta vez no se van a librar tan fácilmente del “Hotel Rejas”. Sammy Gravano se indigna al oír en esas cintas a Gotti hablando mal de él a sus espaldas, llamándole “codicioso”, entre otras cosas. Los agentes del FBI y la fiscalía comprueban con regocijo que meter cizaña entre ambos será muy útil para mandar a Gotti a la cárcel para siempre…

Comentario

Ésta co-producción televisiva (canado-estadounidense) de la HBO narra el ascenso y la caída de John Gotti (1940-2002) basándose en el guión del periodista Jerry Capeci, especializado en la Mafia italoamericana y administrador del sitio web con actualizaciones semanales Ganglandnews. En general el film es bastante fidedigno con la historia real, y los personajes están bien caracterizados. Armand Assante da vida al “Dapper Don” con gran acierto, pero lo verdaderamente sensacional hubiera sido que (al estilo del “Vaquilla”) hubieran permitido a Gotti salir de la cárcel para que se interpretara a sí mismo. Con su amor a las cámaras y a su “público”, seguro que habría estado encantado de hacerlo. Aniello Dellacroce está caracterizado por Anthony Quinn, quien en la vida real era al parecer amigo de John Gotti, o al menos simpatizante y defensor suyo (como también el actor Mickey Rourke). A DiBernardo lo interpreta Frank Vincent, un habitual secundario en las películas de gangsters, que también aparece en “Goodfellas” (a.k.a. “Uno de los nuestros”) (1990) y “Casino” (1995), ambas de Martin Scorsese. Éstas dos grandes películas, por cierto, son muy superiores a la “Gotti” (1996) de Robert Harmon que nos ocupa, como también (siguiendo con ésta temática) “Donnie Brasco” (1997) de Mike Newell con Al Pacino y Johnny Depp, asimismo basada en hechos reales (la infiltración del agente del FBI Joe Pistone en la familia Bonanno). La melancólica melodía de la película es buena y emotiva, pero la banda sonora en general (siempre muy importante) podría ser mejor. Aún así, “Gotti” es altamente recomendable y su visión resultará especialmente de interés para los amantes del género, y para aquellos que se hayan previamente documentado acerca de las intrigas en el seno de la Mafia neoyorkina, de la cual John Gotti (el auténtico) fue uno de los más importantes protagonistas.

FHP, 2014

Sicario – José Ramón Novoa, 1995

Sicario

Venezuela, 1995

Director: José Ramón Novoa

Género: Drama

Guión: David Suárez

Intérpretes: Laureano Olivares (Jairo), Néstor Terán (Tigre), Melissa Ponce (Rosa)

Argumento

Colombia, 1990. Jairo (Laureano Olivares), es un adolescente de unos 16 años que vive en los suburbios de Medellín junto a su madre, su hermana y su hermano pequeño Aníbal. La familia, de clase baja, a duras penas sale adelante con los escasos ingresos de la sufrida progenitora, quien trabaja de cocinera en un restaurante. Jairo pronto cae en las redes de los patibularios pandilleros del barrio; éstas «malas compañías» le tientan con el «dinero fácil» (pero peligroso) que puede ganarse en el turbio mundo de la delincuencia organizada. Poco a poco, Jairo se irá sumergiendo en una espiral de crímenes y violencia, en un círculo vicioso del que ya no será posible salir.

Tras cometer su primer homicidio durante un atraco, el jóven llama la atención de un captador de sicarios del cártel de Medellín. Éste le encarga el asesinato de un importante magistrado y le promete a cambio ingentes cantidades de pesos. Jairo tiene éxito en su misión y cobra la suma acordada. En su barrio, se dedica a ayudar a su familia, dándole gran parte del dinero a su madre. Ésta sin embargo está sumamente preocupada por las andanzas de su vástago y  lamenta con congoja la carrera delictiva que éste ha emprendido. Jairo se lleva a su novia Rosa un fin de semana a la costa, y pernoctan en un hotel (tras haber sobornado al recepcionista, pues a menores de edad no les está oficialmente permitido alquilar habitaciones por su cuenta). Rosa ignora en qué anda metido Jairo, pero sospecha que está inmerso en asuntos ilegales, debido al mucho dinero que de repente posee.

Jairo se había iniciado sexualmente con una prostituta (una «experta» que afirmaba haber «desvirgado generaciones», incluídos «generales y obispos»; y en cuyo dormitorio lucía un retrato de Ronald Reagan) pero con Rosa todavía no se había acostado hasta el fin de semana que pasaron juntos en el hotel, a instancias de ella, que aún deseaba «ser respetada».

Aníbal, el hermano pequeño, comienza a drogarse y ya no va a la escuela; la angustiada madre achaca su errático comportamiento al mal ejemplo de Jairo. Antes muy interesado en el fútbol, Aníbal ya no quiere ser «como René Higuita», y rechaza el balón que le regala su hermano, lo que provoca la furia de éste.

Un día se produce una redada policial en la barriada de Jairo, éste es detenido junto a numerosos de sus compinches, y enviado a prisión. Allí conocerá la dura y sórdida vida penitenciaria, será hacinado en una celda con psicópatas y degenerados, será violado por un pervertido ante la indiferencia cómplice de los guardias. Pero poco después, durante un partido de la selección colombiana (era el Mundial de 1990), se venga de su agresor apuñalándole repetidas veces mientras está en el cuarto de baño, sentado en la taza del váter.

A continuación, el jóven es liberado, llevado a la presencia de un importante jefe del narcotráfico y conducido a un campo de entrenamiento para sicarios, regentado por una especie de «sargento de la Chaqueta Metálica» alemán llamado Klaus. Allí Jairo y muchos otros chicos de su edad pasan por una especie de «servicio militar» bajo las directrices de los narcos, con pruebas extremas. Los muchachos se ven obligados a pelear entre ellos, a correr decenas de kilómetros al día, a realizar múltiples ejercicios de superación de obstáculos y a absolver un riguroso entrenamiento físico, de combate cuerpo a cuerpo y con armas. Uno de los jóvenes, el que más destaque por su destreza, será seleccionado por el «capo» para un «trabajo»: La eliminación de un poderoso político en Bogotá.

Como no podía ser de otra manera, el eligido resulta ser Jairo. Los demás «pelaos» son traicioneramente acribillados a balazos por el ejército privado del narco, cuando Jairo ha abandonado el campamento. El jefe y uno de sus socios, alias Pingüino, informan sobre el encargo a Jairo y a otro adolescente experto motorista (que debe ayudar al precoz sicario en la fuga tras el atentado). El político, candidato presidencial, debe ser ejecutado «el sábado a las 10 de la mañana» durante el próximo partido de Colombia. Por ello cobrarán millones de pesos. Jairo se enfrenta ahora a la más arriesgada de sus misiones. Si falla, morirá… Y si tiene éxito, puede que también.

Comentario

Interesante producción colombiana sobre los convulsos años en los que la violencia relacionada con el mundo del narcotráfico sacudió al país. Recuerda en varios detalles a las dos «El Pico» de Eloy de la Iglesia, aunque al parecer los actores no son delincuentes reales como sí era el caso en el cine quinqui «de la Madre Patria».

El paso del jóven Jairo por los ambientes del sicariato antioqueño está retratado con gran intensidad dramática y convincente realismo en ésta ignota película sudamericana. Muy recomendable, más que otros films colombianos de temática similar como «Perro come Perro» o «Rosario Tijeras».

FHP, 2014

Napoli spara! – Mario Caiano, 1977

Napoli spara!

Italia, 1977

Director: Mario Caiano

Género: Polizziesco, acción

Guión: Gianfranco Clerici, Vincenzo Mannino

Intérpretes: Leonard Mann (comisario Belli), Ida Galli (Lucia), Henry Silva (Santoro)

Música: Francesco De Masi

Argumento

El jóven e intrépido comisario Belli está destinado en Nápoles y se ha propuesto mandar tras las rejas al peligroso delincuente Santoro (Henry Silva). Éste se dedica con su banda a cometer numerosos desvalijamientos, violentos asaltos a bancos y al secuestro de vehículos que transportan dinero. Pero es difícil conseguir pruebas contra Santoro, ya que éste cuenta con importantes amistades en el seno de la Camorra. Es un protegido del poderoso Don Alfredo, el anciano jefe de la organización.

Belli trata inútilmente de compilar evidencias para poder arrestar a Santoro, mientras que al mismo tiempo intenta llevar por “el buen camino” al pequeño Gennarino, un avispado niño de la calle, un delincuente juvenil comparable al Vaquilla en España, que también es muy diestro al volante pese a su corta edad. El comisario le amenaza con llevarlo al reformatorio, pero el precoz maleante continúa haciendo de las suyas (“ayudando” a los coches a aparcar para luego robarles las ruedas, etc).

Aunque Santoro parece intocable, algo jugará en favor de Belli: El delincuente tiene muchos leales en la Camorra, pero igualmente no son pocos sus enemigos. Lo espectacular de sus robos y atracos no es bien visto por algunos camorristas, que prefieren operar de manera más discreta. Los adversarios de Santoro como Licata o Calise intentan eliminarlo, pero paradójicamente una intervención del comisario Belli evita que Santoro sea acribillado por los sicarios de sus rivales. Éste a su vez, en agradecimiento, le perdonará la vida a Belli en un futuro encuentro, cuando pudiendo haberlo matado decide no hacerlo. “Estamos en paz”. Pero ésto provocará suspicacias entre los superiores del comisario, que insinúan una colaboración entre ambos, lo cual para Belli resulta insultante, y decide más motivado que nunca capturar al prófugo camorrista.

El comisario ingenia un plan para sembrar aún más cizaña entre Santoro y sus oponentes: Junto a otros policías asaltan la villa de uno de los capos rivales mientras están allí jugando a la ruleta por grandes cantidades de dinero, haciéndose pasar por hombres de una banda enemiga. Quieren así dar la impresión de que el ataque lo ha ordenado Santoro.

Finalmente Belli logra detenerlo (con la colaboración del pequeño Gennarino, que aparece al volante de un coche en el momento más oportuno) y Santoro es enviado a prisión, donde (gracias a sus contactos) goza de privilegios y vive más cómodamente que el resto de los presidiarios.

Mientras tanto, en un parque, un pedófilo trata de abusar de una niña, pero es descubierto antes de que pueda consumar su aberrante acción y casi linchado in situ por padres y ciudadanos. Arrestado, es llevado a comisaría, donde Belli le dice que “Los que son como tú dan asco hasta a los delincuentes”. Efectivamente así es, el pervertido es enviado a prisión, y allí marginado por los demás internos, quienes en un momento dado, lo circundan en el patio aprovechando un descuido de los guardianes, y con un objeto cortante le amputan el miembro. Pues, en todos los países, el código de honor de delincuentes y presidiarios rechaza y condena a violadores y pederastas, siendo éstos frecuentemente apuñalados o castrados por los presos comunes, que odian a éstos degenerados. En esa misma cárcel se encontraba Santoro, que logra escapar en una ambulancia con la complicidad de ciertos funcionarios y la cobertura del boss Don Alfredo.

Mientras tanto, Belli ha descubierto que Santoro está detrás de la muerte del hijo de Don Alfredo, asesinado varios años antes. Ésto el máximo Jefe de la Camorra obviamente no lo sabe, y la única persona que está al corriente y puede ser un testigo incómodo es una antigua amante del hijo del boss y de Santoro, que huyó de Nápoles para evitar problemas. Belli dice que “A Santoro nosotros no le preocupamos en absoluto, pero sí que le tiene miedo a Don Alfredo” (si llega a enterarse de que mató a su hijo)…

Belli le tiende una trampa a Santoro atrayendo a la estación de trenes a la ex- amante/testigo como cebo, y cuando el criminal aparece para tratar de liquidarla, el comisario y los demás agentes de policía intervienen para arrestarlo. Santoro escapa y en el tiroteo una bala alcanza al pequeño Gennarino. Santoro también es herido y cae a la vía del vagón donde se parapetaba, siendo arrollado por el tren en el cual pretendía huir.

Comentario

Muy entretenido polizziesco similar a los de Umberto Lenzi (“Napoli Violenta”- 1976), con buenas dosis de acción, persecuciones en coche, tiroteos y peleas. Especialmente las trepidantes persecuciones recuerdan a los films que poco más o menos por la misma época rodaría en España José Antonio de la Loma, con la participación del Vaquilla, el Torete y otros jóvenes delincuentes interpretándose a sí mismos.

Henry Silva como siempre da vida a un gélido gangster “de armas tomar”; frío como un témpano y duro como el pedernal. Muy en su línea, como en “Milano Calibro 9” (1972) o “Il Boss” (1973), ambas de Fernando Di Leo; o en “Quelli che contano”(1974), de Andrea Bianchi.

FHP, 2014

Tengo miedo (V.O. Io ho paura) – Damiano Damiani, 1977

Tengo miedo (V.O. Io ho paura)

Italia, 1977

Director: Damiano Damiani

Género: Thriller, polizziesco

Guión: Nicola Badalucco, Damiano Damiani

Intérpretes: Gian Maria Volonté (Ludovico Graziano), Erland Josephson (juez Cancedda), Mario Adorf (juez Moser)

Música: Riz Ortolani

Argumento

Italia, años setenta. Se están cometiendo sangrientos atentados contra destacadas figuras del aparato judicial y político. Al parecer, los responsables son extremistas tanto “de izquierdas” como “de derechas”, que siembran la inestabilidad en el país. El brigadier Ludovico Graziano (Gian Maria Volontè) es asignado como guardaespaldas y protector del juez Cancedda, cuya vida corre peligro. Éste magistrado muestra una conducta intachable de máxima honestidad, algo que no es el caso de la mayoría de sus compañeros de profesión. Graziano descubre que un almacén está sirviendo como tapadera para el tráfico de armas, suministradas a las bandas terroristas, y junto al juez Cancedda tratarán de tirar del hilo para descubrir a los cerebros de la trama. Cuanto más investigan, más se percatan (con gran angustia y desasosiego) de que altos funcionarios de la cúpula del Estado están inmiscuidos en el turbio asunto. Tienen miedo, de ahí el título del film; miedo de lo que no comprenden…

Todo comienza a complicarse cuando Cancedda llama un domingo a Graziano para avisarle preocupado de que le están espiando.

Tras las revelaciones de una misteriosa mujer, el juez y su guardaespaldas acuden a vigilar el portal de un supuesto piso franco de agentes subversivos. Allí Graziano reconoce a un peligroso terrorista, autor material de un atentado con explosivos contra un tren. Siguen a éste individuo, llamado Caligari, hasta una desierta playa; donde lo fotografían junto a un importante representante de los servicios secretos; el coronel Ruiz. El muy honesto (pero ingenuo) juez Cancedda, se dirige inmediatamente a denunciar a ese coronel corrupto a las altas instancias, firmando así su propia sentencia de muerte, pues ignora que también éstas “altas instancias” son corruptas… La cúspide de la trama está mucho más “arriba” de lo que el encomiable magistrado pueda sospechar. Cancedda acaba siendo asesinado sin que Graziano pueda impedirlo, y éste es herido durante un tiroteo contra el ejecutor. El sucesor de Cancedda en la investigación del caso pasa a ser el juez Moser (Mario Adorf). Una vez recuperado, Graziano se convierte en su escolta personal, acompañándolo en todo momento durante sus pesquisas. Pronto, el guardaespaldas se da cuenta de que están tratando de tenderle una trampa…

Comentario

Muy interesante thriller de espionaje político que retrata y explora los turbulentos acontecimientos que sucedieron realmente en la Italia de aquellos anni di piombo (años de plomo), en medio de la famosa “estrategia de la tensión”, también presente en la España tardofranquista y de la “Transición”. El juez Cancedda y su fiel escolta Graziano no podían adivinar hasta qué punto el propio Estado estaba implicado en los atentados que sacudían al país para evitar el advenimiento (y la consolidación) de una auténtica democracia nacional (orgánica); y para en cambio catapultar a Italia (y al resto de países de Europa occidental) a los brazos del atlantismo. Y es que no sólo “arriba” había que buscar a los más altos responsables del terrorismo; sino más bien “afuera”, pues las órdenes de los atentados (como el de, por ejemplo, la estación de trenes de Bolonia) no procedían precisamente de “extremistas” “izquierdistas” o “derechistas”; sino del otro lado del Atlántico. Los anni di piombo fueron el violento periodo impuesto a Italia por parte de los servicios secretos internacionales y la OTAN (mediante la trama GLADIO), alimentando los extremismos de ambos bandos (como se hace hoy con el “islámico”) y provocando atentados de bandera falsa con el fin de fomentar la inestabilidad, justificar el control de la población y fortalecer así la fáctica colonización del país por parte de la estructura de poder mundialista.

“Io ho paura” cuenta con un reparto de lujo: Nada menos que Gian Maria Volontè (El “Indio” de “La Muerte tenía un Precio”/”Per qualche dollaro in più”, Sergio Leone 1965) en el papel del brigadier Graziano; y Mario Adorf (Rocco en “Milano Calibro 9”, Fernando Di Leo 1972) como juez Moser. El director Damiano Damiani también realizó la muy recomendable “Pizza Connection” (1985). Y el compositor de la banda sonora es Riz Ortolani (“Cannibal Holocaust” de Ruggero Deodato, 1980).

FHP, 2014

Quelli che contano – Andrea Bianchi, 1974

Quelli che contano

Italia, 1974

Director: Andrea Bianchi

Género: Thriller, polizziesco, acción

Guión: Piero Regnoli, Sergio Simonetti

Intérpretes: Henry Silva (Tony Aniante), Barbara Bouchet (Margie)

Música: Sante Maria Romitelli

Argumento

Tony Aniante (Henry Silva) es un asesino a sueldo recién retornado a Sicilia procedente de los EEUU. Ha sido contratado por Don Cascemi, uno de los jefes locales de la Mafia, para sembrar la cizaña entre dos familias rivales; de forma que éstas procedan a decimarse entre ellas dejando así vía libre al grupo de Cascemi, quien pretende encaramarse a la cúspide del poder una vez que sus adversarios estén debilitados. Con su peligroso juego a dos bandas (nunca mejor dicho), Tony busca que la discordia estalle entre los Cantimo y los Scannapieco, que se disputan un lucrativo negocio de tráfico de heroína.

Ricuzzo Scannapieco, el jefe de una de las dos familias, está casado con Margie (Barbara Bouchet) una ex-prostituta norteamericana con gran afición a la bebida, que no deja de insinuarse constantemente ante Tony. Éste la rechaza, pues quiere evitar problemas, pero ella insiste (en varias ocasiones), hasta que el gélido y pétreo sicario en la primera ocasión la posee con contundencia en la cocina y en la segunda no tiene más remedio que pegarle una paliza en el pajar (“cinturonazos” incluídos) para que lo deje tranquilo.

Tony logra el objetivo de Don Cascemi: Los Scannapieco y los Cantimo se matan entre sí; a base de emboscadas, asaltos y recíprocos atentados. El líder de los Cantimo es herido mortalmente en un tiroteo cuando una noche están recogiendo en la playa un alijo que acaba de llegar a la costa.

Existe también en segundo plano una historia de amor “romeojulietesca” entre dos adolescentes de las familias rivales. Tony intenta ayudarles a escapar de ese ambiente de violencia, pero poco antes de lograrlo hacen irrupción los hombres de Scannapieco (que han recibido la órden de liquidar a Tony por haber golpeado a Margie), armados de escopetas, logran reducir a Tony y le someten a una brutal paliza, tras lo cual dándolo por muerto lo arrojan barranco abajo.

Pero Tony consigue reponerse, recibe un arma del nieto paralítico del difunto Don Cantimo y acude a la masía de Ricuzzo Scannapieco para vengarse. Margie, la mujer de éste, se ha suicidado tras ingerir masivamente barbitúricos. Tony llega sólo y es recibido por Scannapieco y una decena de sus hombres, todos armados. En el momento menos pensado, hombres que estaban parapetados tras los muros del caserío emergen con sus escopetas y fusilan a Scannapieco y sus esbirros. Tony ha logrado desintegrar esa banda rival.

Tras el cumplimiento de su misión se reencuentra con el jefe Don Cascemi, que en la parte trasera de su vehículo le felicita por haber cumplido el objetivo y se dispone a agradecerle su colaboración… pagándole con plomo. Le apunta con su pistola, aprieta el gatillo… pero no pasa nada. Tony ya contaba con esa traición y se había encargado de sacar las balas. Además, se descubre que el motivo principal por el cual había regresado a Sicilia no era cumplir ese encargo como sembrador de cizaña, sino algo más personal… vengarse del asesino de su madre, que resultaba ser el mismo Don Cascemi. Por si eso fuera poco, la eliminación de Don Cascemi ya había sido decidida por la Comisión de la Mafia (“aquellos que cuentan”, de ahí el título de la película); pues Cascemi se dedicaba al tráfico de heroína usando para ello métodos demasiado desaprensivos y grotescos (escondiendo la droga en el interior de los cadáveres de niños pequeños).

Finalmente Don Cascemi es acribillado por sus propios guardaespaldas y Tony se hace con el poder en el seno de la Mafia.

Comentario

Violento e impactante polizziesco lleno de trepidante acción y memorables escenas. Su protagonista Henry Silva (estadounidense de orígen puertorriqueño) figuró en numerosos films del género, siendo el más digno de mención el excelente “Milano Calibro 9” (1972) de Fernando Di Leo, que también cuenta con la participación de la atractiva Barbara Bouchet. El director Andrea Bianchi es el realizador de la involuntariamente hilarante “Le Notti del Terrore” (1981) (a.k.a. “Burial Ground”) un despropósito de zombies que resulta sumamente entretenido.

Es bastante obvio que “Quelli che contano” tiene marcadas reminiscencias estilísticas de italo-western; de hecho es básicamente un italo-western en contexto mafioso y ambientado en la Sicilia del siglo XX. También el detalle de la melodía que silba misteriosamente el protagonista antes de cada intervención recuerda a obras de Sergio Leone, véase Charles Bronson y su armónica en “C´era una volta il West” (1968) (a.k.a. “Hasta que llegó su hora”). Asimismo la trama del solitario forajido/sicario entre las dos bandas/clanes recuerda a “Por un puñado de dólares” (1964) (que a su vez está basado en el chambara “Yojimbo” – 1961 – del japonés Kurosawa), y el detalle final de la venganza familiar también una vez más nos retrotrae a “Hasta que llegó su hora”. Pero Andrea Bianchi no es Sergio Leone, pese a sus buenas intenciones, y tampoco el encargado de la banda sonora del film que nos ocupa era precisamente el gran Morricone… Sin embargo “Quelli che contano” (“Aquellos que cuentan”) es una película muy interesante, que si bien no llega al nivel de la genial “Milano Calibro 9” es no obstante sumamente disfrutable.

Por cierto, el personaje de Barbara Bouchet, la etílica ninfómana esposa de uno de los jefes mafiosos, recuerda a la Ginger (esposa de “Ace Rothstein”/Robert DeNiro) que 21 años más tarde interpretaría Sharon Stone en “Casino” (1995) de Martin Scorsese.

FHP, 2014

Inferno of Torture (V.O. Tokugawa irezumi-shi: Seme jigoku) – Teruo Ishii

Inferno of Torture (V.O. Tokugawa irezumi-shi: Seme jigoku)

Japón, 1969

Director: Teruo Ishii

Género: Pinku Eiga

Guión: Teruo Ishii

Intérpretes: Teruo Yoshida (Horihida), Masumi Tachibana (Osuzu), Asao Koike (Horitatsu)

Música: Masao Yagi

Argumento

Japón durante el bakumatsu, la última etapa del shogunato Tokugawa o período Edo. Unas jóvenes languidecen en las mazmorras, presas de una banda de proxenetas (entre los que se incluyen también mujeres) que se dedican a torturarlas gratuitamente mediante latigazos y otras calamidades. Además, las chicas son tatuadas por unos individuos que parecen competir entre sí disputándose el mayor prestigio al mejor artista epidérmico. La red de prostitución capta muchachas vírgenes y los potenciales clientes de la red son extranjeros occidentales, que en aquellos años comenzaban a entrar masivamente en el país para explotar sus recursos y hacerse con el control de su economía.

Varias historias entretejidas dentro de la trama principal, confusa relación entre los personajes, situaciones caóticas… Lo mejor de la película es su impactante final, donde una de las responsables de la criminal red de trata de blancas es ejecutada mediante un método denominado algo así como “matsuzaki” (Tijeras?) que consiste en provocar el descoyuntamiento de la víctima tras atarla boca abajo colgada de dos elásticas palmeras sujetas por cuerdas, que al cortarse y cruzarse entre ellas (de ahí probablemente el nombre de esa tortura nipona) descuartizan al condenado.

Comentario

Estereotípica sex-ploitation japonesa, o pinku-eiga, sin nada interesante que resaltar. Aburrida, cansina, personajes hacia los cuales no es posible tener empatía alguna… Lo único rescatable es la actriz que interpreta a Osuzu, la bella Masumi Tachibana; y la ya mencionada última escena. Algunos califican a éste producto errónea y absurdamente como “película de terror”. Falsedad absoluta. No hay ningún tipo de “terror”, ni físico ni metafísico, y menos aún suspense o intriga. Sólo softcore, muchos desnudos (sobre todo de geishas tatuadas), y bastante violencia, pero sin llegar a los extremos del gore. Sólo una o dos escenas podrían ser calificadas de gore.

También carece éste film de cualquier toque simpático de comedia negra, como es el caso de las jidaigeki pinku-eiga de Norifumi Suzuki sobre el lujurioso shogun Ienari. La banda sonora es prácticamente inexistente y la película tampoco tiene escenas “estilosas” características del cine de género de la época. Absolutamente prescindible, para olvidar.

FHP, 2014

Pizza Connection – Damiano Damiani, 1985

Pizza Connection

Italia, 1985

Director: Damiano Damiani

Género: Thriller, polizziesco, drama

Guión: Damiano Damiani

Intérpretes: Michele Placido (Mario Aloia), Mark Chase (Michele Aloia), Simona Cavallari (Cecilia)

Música: Carlo Savina

Argumento

El taciturno y reservado Mario (Michele Placido) es un siciliano propietario de una pizzería en Nueva York, que está involucrado en negocios del crimen organizado italoamericano. Cierto día recibe la visita de un intermediario de la Mafia llegado desde Sicilia, el siniestro Armando Ognibene. Éste le encarga liquidar a un competidor para poco después partir de vuelta a Palermo y organizar allí un atentado contra el procurador de la República, un fiscal dispuesto a combatir a la Mafia que se ha vuelto muy peligroso para la organización.

En Palermo, el joven Michele trabaja como vendedor en un mercado callejero. Cierto día su jefe es asesinado a tiros por un sicario, y él, que ha visto la cara del delincuente, se siente tentado de testificar, y comienza a hablar con la policía pero se echa para atrás cuando comprueba que los demás testigos desaprueban el trato con las autoridades, por motivos de la imperante omertà o ley del silencio. Durante el atentado, Michele ha protegido a una chica que estaba entre los compradores del mercado, con la que poco después inicia una romántica e idílica amistad.

Cuando regresa a casa, Michele (que ha sido despedido de su trabajo por hablar con la policía) comprueba con grata sorpresa que su hermano mayor ha regresado del otro lado del Atlántico. Su hermano “americano” no es otro que Mario, que intenta hacer de Michele (buen tirador con armas de fuego) un ayudante para el proyecto de liquidar al procurador. Pero el carácter de Michele es completamente diverso del de su hermano mayor, y no tiene la mentalidad, el interés o la audacia para involucrarse voluntariamente en asuntos relacionados con la Mafia. No obstante, Mario persistirá en tratar de hacer un cómplice de su hermano pequeño.

Michele, preocupado tras haber perdido su trabajo y enterarse de que Mario es un sicario, se cita con la jovencita Cecilia, de unos 14 años, la chica que conoció en el mercado durante el atentado. Ambos sienten atracción mutua, pero él se encuentra ofuscado por agobiantes quebraderos de cabeza.

La adolescente tampoco está en una situación fácil. Vive con su madre, quien la obliga a prostituirse. Además, su hermano es toxicómano y el compañero de la madre, el inquietante Vincenzo, es un peligroso y violento proxeneta.

Cuando Michele descubre la horrenda explotación a la que Cecilia está sometida, monta en cólera e intenta llevársela de la pesadillesca casa familiar, pero es reducido por Vincenzo y otros vecinos, y tras una lucha callejera en la que presa de la desesperación y armado de una barra metálica la emprende a golpes contra un coche, es arrestado y enviado a prisión. Su hermano Mario se encargará de pagar la fianza para sacarlo de la cárcel y de pagar también a los Smedile (la familia de Cecilia) para que “olviden” lo sucedido.

Cuando, una vez en libertad, Michele acude a casa de los Smedile para llevarse a Cecilia, comprueba frustrado que ya no vive allí; y poco después recibe una llamada telefónica de Vincenzo, que le hace saber que sólo volverá a ver a la chica si paga dos millones de liras. Para conseguir ese dinero, el ingenuo, idealista y romántico Michele se verá obligado a colaborar con su hermano el sicario.

La organización para la que “trabaja” Mario le informa de que hay que mandarle inmediatamente un “aviso” al procurador, eliminando a uno de sus más cercanos colaboradores. Mario ofrece a su hermano la oportunidad de ejecutar el asesinato. Michele accede, no sin que le asalten grandes dudas y angustias. Cuando está por liquidar al agente Mancuso, Michele no tiene el coraje de apretar el gatillo, Mancuso se dispone a sacar su pistola para defenderse y Mario interviene raudamente disparando al agente para salvar a su hermano (y cumplir el encargo).

Michele fracasa estrepitosamente en su (involuntaria) función de aspirante a mafioso. Su hermano mayor y él se verán enzarzados en encarnizadas disputas, la gran diferencia entre los temperamentos de ambos saldrá a relucir. Michele sabe que Mario ha sido contratado para asesinar al procurador general, y desea impedir que el atentado sea cometido, pero al mismo tiempo quiere evitarle problemas a su hermano (ya sean con la justicia o con la organización). El joven decide llamar anónimanente (y desde una cabina) a la policía para informar de que un atentado contra el procurador está por cometerse. Poco después le comunica a Mario lo que acaba de hacer, pero (para gran sorpresa suya) éste ya lo sabe, pues dentro de la policía la organización cuenta con informadores infiltrados.

El procurador se encuentra custodiado a todas horas por gran número de escoltas armados hasta los dientes, y sólo se mueve por Palermo en medio de un complejo dispositivo de seguridad; no obstante Mario y los suyos han trazado un eficaz y espectacular plan para deshacerse de él, y finalmente lo logran disparando al coche del procurador con bazookas y perpetrando una masacre. El estupefacto Michele es casualmente testigo presencial de la carnicería provocada por la explosión, y reconoce a su hermano a bordo de un camión que se aleja velozmente del lugar.

Más tarde Mario se desplaza con otro coche para entorpecer las pesquisas policiales. Con él se encuentran sus cómplices Ognibene (el intermediario que le encargó el golpe) y Nicola (el sicario que mató al vendedor del mercado, patrón de Michele). Ambos han descubierto que el delator que llamó a la policía para avisar sobre el atentado que estaba por cometerse era el hermano de Mario, y se lo hacen saber a éste. También se percibe sutilmente que Ognibene y Nicola tienen la intención de matar a Michele por chivato (aunque en la llamada no acusaba a nadie). Mario reacciona rápidamente, aparca el coche tras unos arbustos y para salvar a su hermano se ve obligado a asesinar a Nicola y al intermediario Ognibene. Entierra al primero y deja el cadáver del segundo en el coche para dar la impresión de que Nicola disparó a Ognibene y escapó.

Poco después Mario se encuentra con su hermano pequeño y le entrega el dinero para rescatar a Cecilia. Michele reacciona con furia cuando descubre que Mario sabía todo éste tiempo donde se encontraba la chica, le dice que “le ha perdido el respeto”, que “no quiere su sucio dinero”. Mario se retira dejándole también el cassette grabado de su llamada a la policía, la prueba que ha podido rescatar de Ognibene y Nicola, la prueba que le incriminaba como delator.

Michele acude a la casa donde se encuentra Cecilia y la libera de su tiránica madre. Mientras tanto, Mario se dirige al aeropuerto para volver a Nueva York, acompañado por Masseria, el jefe de la Mafia palermitana, quien ahora se encuentra más seguro en su posición tras la eliminación del procurador. Pero, aunque la operación ha sido conducida con éxito, Mario se siente inquieto; pues Ognibene era uno de los más próximos colaboradores del boss Masseria, y teme que las sospechas tarde o temprano recaigan sobre él.

Una vez en su pizzería de Brooklyn, Mario sigue preocupado y llama a Palermo para hablar con su hermano, con quien desea reconciliarse. Michele se alegra de oír su voz, pero antes de que puedan cruzar la segunda frase, le asalta la consternación al escuchar al otro lado de la línea una ráfaga de disparos y luego silencio. Michele ha sido acribillado a balazos por dos individuos que habían previamente entrado en el local sentándose tranquilamente para consumir algo a la espera de que los otros clientes se marchasen.

Comentario

Muy buen polizziesco ochentero con logrados toques dramáticos. La trama mantiene en vilo al espectador en todo momento; el conflicto entre los hermanos (que se quieren pese a ser incompatibles), el idilio entre el inocente Michele y la atormentada adolescente Cecilia, las intrigas en el seno de la Mafia y el retrato del Palermo de aquellos años consiguen crear un interés creciente no sólo para los seguidores habituales del género, sino también para un público más vasto. El en Italia bastante conocido actor Michele Placido, que interpreta a Mario, dirigió más de 20 años después la también muy interesante “Romanzo Criminale” (2008). Por su parte el joven Mark Chase (que da vida a Michele) tiene curiosamente un notable parecido físico con José Luis Manzano, el protagonista de „El Pico“ y otros productos del cine quinqui de Eloy de la Iglesia.

No obstante, la historia de “Pizza Connection” filmada por Damiano Damiani no tiene nada que ver con la auténtica Pizza Connection (sucesora mediática de la “French Connection”) que existió en los años setenta y fue desbaratada poco antes del estreno de ésta película; la red de contrabando de droga que funcionaba importando a Sicilia opio procedente de Turquía para procesarlo en laboratorios de la isla italiana, transformándolo en heroína que a su vez era exportada a los EEUU y distribuída desde pizzerías neoyorkinas que hacían las veces de tapaderas.

Aunque no está basada en la historia real, la película merece ser vista.

FHP, 2014

El lujurioso shogun y sus 21 concubinas, a.k.a. “The Lustful Shogun and his 21 concubines” – Norifumi Suzuki, 1972

El lujurioso shogun y sus 21 concubinas, a.k.a. “The Lustful Shogun and his 21 concubines” (V.O. Ero shogun to nijuichi no aisho)

Japón, 1972

Director: Norifumi Suzuki

Género: Pinku Eiga / Jidaigeki / Comedia

Guión: Norifumi Suzuki

Intérpretes: Shenichiro Hayashi, Reiko Ike, Yayoi Watanabe, Miki Sugimoto

Argumento

En el Japón del siglo XVIII viven dos jóvenes coetáneos de idéntica apariencia física pero posición social completamente distinta: El aristócrata Toyochiyo y el pobre aldeano Kakusuke, hijo de campesinos. No sólo el estatus es diametralmente opuesto, sino también los intereses y preferencias. Mientras el rústico Kakusuke (que “vino al mundo con un condón bajo el brazo”) es un erotómano compulsivo, experto con las mujeres desde muy tierna edad, el noble Toyochiyo es muy culto y muy instruído pero ignora las más elementales funciones orgánico-reproductivas. Cuando, en medio de una orgía fallece el décimo shogun Tokugawa, el instruído pero inexperto Toyochiyo es propuesto como su sucesor (bajo el nombre de Ienari). Sus consejeros le comunican la opinión de que “ya ha aprendido bastante teoría” y que “es hora de iniciarse con las mujeres” para poder desempeñar el cargo de shogun como corresponde. Pese a leer toneladas de libros, el ingenuo e inocente aristócrata aún está firmemente convencido de que a los niños “los traen las cigüeñas”.

Toyochiyo/Ienari es llevado a un prostíbulo, y durante el intento de acoplamiento con una de las meretrices, se siente indispuesto y es incapaz de comparecer ante la corte para su investidura, que ha de tener lugar próximamente. Debido a ello, los consejeros necesitan un doble, un suplente, para que temporalmente ocupe el lugar del shogun; y lo encuentran en el obseso sexual Kakusuke, que se parece al nuevo jefe militar del imperio como una gota de agua se asemeja a otra.

Ambos son así intercambiados; Ienari es ocultado de la corte y Kakusuke ocupa su lugar. Se supone que ambos tienen “15 años” (según el narrador) pero salta a la vista que el actor que los interpreta a ambos (Shinichiro Hayashi) es mucho mayor, probablemente rondando la cuarentena.

Hace su aparición una especie de ninja-robinhood femenina llamada Nezumi Kozo, que significa literalmente “Hombre-Rata” (aunque en la película es una mujer, muy bella por cierto; se trata de Reiko Ike, una actriz habitual de los pinku eiga de la época).

A Kakusuke le empieza a gustar su vida como shogun. Sin embargo su ocupación favorita no es la política, sino las visitas diarias a su Ooku (el harén), donde incansablemente se dedica a satisfacer con maestría a su veintena de concubinas. El sosias Kakusuke desea permanecer en la corte shogunal por tiempo ilimitado.

Gracias a su amiga Okiko, el falso regente consigue que el auténtico Ienari sea secuestrado y ocultado fuera del alcance de sus ministros. Éstos, por su parte, empiezan a cansarse de las libertades que se toma el sustituto que ellos mismos han contratado.

Se ha arreglado el matrimonio entre Ienari y una princesa de Kyoto (como efectivamente era habitual; los shoguns acostumbraban a desposarse con las hijas de los aristócratas del entorno del emperador, la corte imperial estaba en Kyoto y la shogunal en Edo). Ésta (interpretada por Miki Sugimoto, otra habitual de las pinku eiga) es desflorada por el fogoso Kakusuke antes del matrimonio, lo que irrita a los ministros.

En cierta ocasión llega de visita oficial a Edo una delegación de emisarios chinos, diplomáticos de la dinastía Qin. Éstos regalan al que creen shogun unos enanos disfrazados de osos panda y entrenados para el cunnilingus, para que sean empleados como mascotas sexuales por las concubinas del Ooku. Ésos mensajeros chinos tienen la característica de carecer de miembro viril, pues (según la tradición) para entrar al servicio del emperador era requisito indispensable amputarse el órgano masculino…

Comentario

Divertida y desenfadada comedia erótico-histórica, que satiriza los desenfrenos del realmente muy libertino Tokugawa Ienari. Similar a la otra película de Norifumi Suzuki también de 1972 (y donde igualmente participa Miki Sugimoto como Kiyo-hime), aunque más liviana y con más momentos cómicos.

El Nezumi-Kozo (u Hombre-Rata) por cierto, sí existió en la vida real. Fue una especie de bandolero-ninja nipón, cuyo nombre real era Jirokichi Nakamura y fue ejecutado en 1831 por haber cometido numerosos robos. En la cultura popular del Japón equivale a la figura romántica medieval-occidental de Robin Hood.

FHP, 2014