Pixote, la ley del más débil (V.O. Pixote, a lei do mais fraco) – Hector Babenco, 1981

Pixote, la ley del más débil (V.O. Pixote, a lei do mais fraco)

Brasil, 1981

Director: Hector Babenco

Género: Drama social

Guión: Hector Babenco, Jorge Durán

Intérpretes: Fernando Ramos Da Silva (Pixote), Jorge Juliao (Lilica), Gilberto Moura (Dito)

Música: John Neschling

 

Argumento

Pixote es un niño de unos 10 años que malvive en una miserable barriada de favelas a las afueras de Sao Paulo. Tras una redada policial va a parar a un sórdido reformatorio, con muchos otros chicos, bastante mayores que él (adolescentes de entre 15 y 18 años), gran parte de los cuales tiene ya a sus espaldas una larga carrera delictiva. Entre los amigos y compañeros de desventuras de Pixote destacan los maleantes y ladronzuelos Dito, Chico y el travesti-prostituto Lilica.

En el tenebroso centro de menores, la atmósfera de violencia es palpable, tanto en los conflictos y reyertas entre los internos (la misma noche de su llegada, el pequeño Pixote es testigo de la violación de otro chico por sus compañeros de dormitorio) como por parte de los «carceleros», quienes en ocasiones propinan brutales palizas a los jóvenes. Como suele suceder en las instituciones penitenciarias, el agobiante ambiente y las constantes «malas compañías» contribuyen a empeorar y acentuar el carácter antisocial de los internos y su propensión a la delincuencia.

Los muchachos (entre ellos Pixote) fuman macunha (marihuana), e inhalan pegamento, lo cual es especialmente tóxico y nocivo, llegando a provocar daños cerebrales irreversibles. Tras uno de sus excesos esnifando cola adhesiva, Pixote termina en la enfermería, y ve allí a uno de sus compinches, Fumaca, vendado y enyesado, en condiciones deplorables, tras haber sufrido una paliza por parte de los «cuidadores» del centro. El aterrado Pixote es testigo de una conversación entre el director del reformatorio y algunos de sus empleados: El jefe decide que hay que deshacerse del jóven malherido, pues su presencia en ese estado puede resultar en sumo grado incómoda ante la posible visita de inspectores.

El corrupto director del centro, ante las esporádicas inspecciones, se esfuerza en presentar al infernal reformatorio como una especie de internado modélico dedicado a la «reinserción social», donde todo funciona a la perfección, y donde los «escasos» disturbios (en realidad cotidianos) se suceden tan sólo por culpa de los incorregibles menores – cosa que no es cierto, pues también los carceleros ejercen constantemente la violencia, abusando de su poder.

Por esos días, el masacrado cadáver de Fumaca aparece en un descampado, y cuando el suceso es retransmitido por las noticias, Pixote y los demás ven en la televisión lo que ha acontecido, así como las mentirosas e hipócritas declaraciones del director, quien cínicamente afirmó ante las cámaras que el interno «se había escapado» y que el personal «no tenía responsabilidad ninguna». Pixote, sin embargo, sabe la verdad; y sus compañeros de reclusión la intuyen. Uno de ellos monta en cólera, y armado cuchillo en ristre amenaza con vengarse, enloquecido y furibundo, de los «cuidadores» asesinos, y se dispone a rajar a quien se interponga en su camino. El senhor Sapato, uno de los carceleros más «humanos», le insta a que deponga su agresiva actitud, y logra desarmarlo. Pero cuando poco después todos se van al dormitorio, el rebelde es agarrado por dos robustos empleados del centro y se lo llevan para torturarlo.

Más tarde en la noche, el magullado moribundo es sigilosamente abandonado en el dormitorio comunitario, donde la mayoría de sus compañeros duerme. Pero ese no es el caso de Lilica, quien se dispone a socorrer a su amigo, y al observar en qué estado se encuentra no puede evitar emitir acongojados gritos de angustia que despiertan a todos los demás. Entre lágrimas, el travesti le declara su amor al contusionado infeliz, pero éste expira instantes después en sus brazos. A continuación se inicia un motín, incendio incluído, de forma que la policía se ve obligada a acudir al centro y al hallar el cadáver intentan interrogar a los reclusos. Mas estos callan; no se atreven a denunciar a sus «cuidadores» por miedo a represalias. La «versión oficial» dice que el jóven golpeado hasta la muerte por los encargados del reformatorio (el segundo adolescente difunto en una semana) «murió durante el motín en una reyerta con otros internos», y en el colmo del cinismo uno de los verdugos llega a acusar a Lilica del homicidio (ante los agentes) por un asunto de «celos entre homosexuales».

Poco después, los jóvenes organizan una fuga masiva y escapan a través de una ventana en el módulo de enfermería. En los días y semanas siguientes, Pixote y sus amigos Dito, Chico y Lilica sobreviven por las calles de Sao Paulo robando bolsos, practicando el carterismo y desvalijando a los pasantes. Más tarde, Lilica logra contactar con un turbio individuo al que conocía de sus tiempos de prostituto callejero, un gangster al que llaman «Cristal», negro de unos 40 años con un encrespado a lo afro, flamante descapotable y lujosa residencia, dedicado al tráfico de drogas. Éste les proporcionará una conexión para un negocio en Rio de Janeiro: Los chicos deberán llevar hasta allí una muestra de cocaína a una mujer llamada Débora, y ésta deberá pagarles la mercancía en efectivo. Dito, Lilica, Pixote y Chico se desplazan en tren hasta Rio, contactan a Débora en un «piso franco» y le entregan la droga, pero ésta en lugar de abonarles la suma acordada les da unos billetes «para que se compren algo de comer» y les dice que debe ir a buscar el resto del dinero, que no lo tiene «aquí», y que la «esperen». Sólo Lilica sospecha de su perfidia, pues efectivamente, como era de suponer, Débora se esfuma. Ahora los jóvenes tienen un problema, pues no pueden volver donde «Cristal» con las manos vacías…

Comentario

Mientras en España el fenómeno del cine quinqui entraba en ebullición de la mano de Eloy de la Iglesia o Juan Antonio de la Loma, en Latinoamérica ésta película brasileña fue la pionera en el subgénero del «favelismo cinematográfico» (que más recientemente produciría éxitos como Cidade de Deus), y de los dramas sociales con delincuentes juveniles como protagonistas. Precursora de grandes films como el colombo-venezolano «Sicario» (José Ramón Novoa), «Pixote, la ley del más débil» también ha dado lugar a alguna que otra secuela, como «Quem matou Pixote?» (José Joffily, 1996).

Hector Babenco realiza una crítica desgarradora al sistema penitenciario para menores, los cuales a causa del maltrato sufrido en los reformatorios desde una tierna edad se vuelven más violentos, perdiendo los escrúpulos que pudieran tener, y reafirmándose en la senda de la criminalidad en lugar de «reinsertarse en la sociedad», como se supone es el objetivo de esos centros. El trágico círculo vicioso se encuentra retratado en la historia de «Pixote» con fidedigna crudeza.

FHP, 2014