La casa de las ventanas que ríen – Pupi Avati, 1976

(Reseña escrita por el autor de éste blog en 2007)

La Casa dalle Finestre che Ridono (La Casa de las Ventanas que Ríen)

Italia, 1976

Director: Pupi Avati

Género: Terror, misterio, giallo

Guión: Antonio Avati

Intérpretes: Lino Capolicchio (Stefano), Francesca Marciano (Francesca)

Música: Amedeo Tommasi

Esta obra maestra del director Pupi Avati es una de las mejores películas de terror italianas de las que hasta el momento he tenido el placer de disfrutar, junto con Profondo Rosso, de Dario Argento.

Su claustrofóbica atmósfera está increíblemente bien lograda teniendo en cuenta el más que escueto presupuesto, lo que demuestra el talento en el género de Avati y sus colaboradores.

La trama cuenta con un suspense que no da tregua, y la historia propuesta es cavernosamente oscura, haciendo de este magnífico film uno de los máximos exponentes del cine gótico internacional y del thriller italiano, tambien conocido como giallo.

La película comienza con una secuencia onírica y pesadillesca durante los títulos de crédito. Vemos a un joven colgado del techo por las manos mientras es sádicamente apuñalado al ritmo de una tenebrosa música de órgano. La imágen se ve amarilla y ligeramente distorsionada, mientras una voz en off masculina; tétrica, espectral e inquietante, recita lo siguiente de forma casi ininteligible, a modo de siniestra psicofonía:

“ I colori, i miei colori…. Escono dalle mie vene…. Sono dolci i miei colori…. Dolci come l’autunno, caldi come il sangue, lisci come la sifilide….. e vanno dentro gli occhi della gente, portando a tutti l’infezione…. I miei colori…. Sono dentro al mio braccio i miei colori…. Meus Deus lontano, lontano vanno i miei colori….. Ma bisogna morire per loro, aprirsi dentro…. Deus senhor, purificarsi……. Via tutto, la purezza, sono tutti i miei colori……. Filho de puta, sì ecco…. Meus Deus, ecco…. sento che sta morendo…… purificarsi, purificarsi, sento che sta morendo….. Purificarsi……

[“Los colores, mis colores… salen de mis venas… son dulces mis colores, dulces como el otoño, calientes como la sangre, lisos como la sífilis penetran los ojos de las gentes, llevando a todos la infección… mis colores…están dentro de mi brazo, mis colores… Dios mío lejano, lejanos van mis colores, pero hay que morir por ellos, abrirse dentro, señor Dios, purificarse… fuera todo, la pureza, son todos mis colores, hijo de puta, sí, eso… Dios mío, eso… siento que está muriendo… purificarse, purificarse, siento que está muriendo… purificarse…”]

Despues nos vemos sumergidos en la historia, que inicia con la llegada a un pequeño pueblo cercano a Ferrara del restaurador de arte Stefano, que ha recibido el encargo de restaurar un fresco de la iglesia de la aldea de parte del empresario Solmi, quien quiere invertir para atraer turistas al decadente municipio.

La deteriorada pintura muestra el martirio de San Sebastián, atravesado por cuchillos y con una expresión facial cargada de dolor y angustia. Stefano pronto se muestra fascinado por la calidad y el realismo del fresco, realizado hace varias décadas por un tal Buono Legnani, al que los escasos habitantes del poblado llaman “el Pintor de la Agonía”, porque disfrutaba retratando a moribundos.

Otros personajes que vemos aparecer junto a Stefano desde el inicio son su amigo Antonio, que se fue al lugar en busca de reposo para recuperarse de una depresión, y que le habló de Stefano al empresario Solmi; el cura Don Orsi, párroco bonachón de la iglesia donde el restaurador trabaja; su monaguillo Lidio, un jóven desequilibrado; Coppola, el chófer alcohólico de Solmi; y Francesca, la bellísima maestra de la escuela de la que Stefano se enamora súbitamente.

 

Otros aldeanos muestran un perfil bajo, hablan poco y miran con desconfianza y recelo al jóven restaurador de ciudad.

Antonio es el primero en hablarle a Stefano acerca de la leyenda negra del “Pintor de la Agonía” que pesa como una losa maldita sobre la trise aldea, y en mencionar a las siniestras e incestuosas hermanas del macabro artista, que emigraron a Brasil, donde se instruyeron en las artes de la magia negra y aprendieron rituales satánicos con sacrificios humanos.

Stefano no le hace mucho caso, piensa que son desvaríos de la delicada mente de su amigo. Stefano ni siquiera le da mucha importancia al hecho de recibir en su pensión llamadas telefónicas amenazándole de muerte si no se va, atribuídas por él a un simple bromista aburrido.

Una noche, Antonio llama al restaurador para decirle que tiene que hablar con él, porque ha descubierto algo muy importante sobre el pintor maldito, y que sabe que sus hermanas siguen vivas. Cuando Stefano llega al hospedaje de su amigo, ve con horror como éste se precipita al vacio desde su ventana en el quinto piso, impactando en la calle y muriendo en el acto. Pero Stefano ha visto algo más: una fugaz sombra en la habitación de Antonio justo despues de la tragedia. Así lo cuenta a los policías, pero éstos hacen caso omiso, le restan importancia al incidente y archivan el caso como suicidio, evitándose cualquier molestia. Vista la pasividad de todos e intrigado (ahora sí) por la historia del “Pintor de la Agonía” y sus hermanas perversas, Stefano inicia sus pesquisas para desenmascarar al asesino.

Durante el funeral de Antonio sólo están presentes el cura Don Orsi, el monaguillo Lidio, Stefano y una vieja beata. En plena misa, Lidio se acerca a Stefano y le dice: “He metido una rata viva dentro del ataúd, así le hace compañía a tu amigo” Mientras se ve la cara de regocijo de Lidio y la expresión asqueada del restaurador, se oyen la misa en latín de Don Orsi y, enfocando al ataúd, unos crujidos inquietantes que proceden de su interior. (¡Magistral!)

Los propietarios de la pensión, para alejar al forastero del pueblo, deciden echarlo con el falso pretexto de que está por llegar un grupo de turistas que habían reservado hace mucho tiempo, y que ya no había sitio para él. Por ello, el irreverente monaguillo Lidio lleva a Stefano a una antigua mansión semiderruída a las afueras, donde sólo vive una pobre ancianita paralítica, que se alegra de tener un poco de compañía. Francesca decide mudarse allí a vivir con él.

Una noche, el curioso restaurador explora los sótanos de la casa, encontrando una vieja grabación que dice lo que se ha oído en los títulos de crédito (“I colori, i miei colori…”) y que Stefano atribuye inmediatamente a Legnani, el pintor maldito.

No quiero seguir contando más, solo diré que el film tiene un bizarro final, sumamente sorprendente y demoledor.

Si os gusta el gótico, ésta es vuestra película. De visión obligada para los amantes del terror y el misterio, y cuya historia, de oscura densidad, bien podría haber salido de la pluma de Poe o de la inspiración de Lovecraft.

FHP, 2007

3 comentarios en “La casa de las ventanas que ríen – Pupi Avati, 1976

  1. Impresionante pieza del fantástico italiano, con su atmósfera esquematizada en la perturbación. Aprovechando ese terror etéreo del solitario ante un ambiente hostil, muy al estilo de The Wicker Man, Avati hace una pieza absolutamente funcional en su propósito de turbiedad.

    Gran reseña, camarada!

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