Metrópolis – Fritz Lang, 1927

Metrópolis

Alemania, 1927

Director: Fritz Lang

Guión: Thea von Harbou, Fritz Lang (basados en novela de Thea von Harbou)

Intérpretes: Gustav Fröhlich (Freder), Alfred Abel (Joh Freder), Rudolf Klein-Rogge (Rotwang), Brigitte Helm (Maria)

Música: Giorgio Moroder (1984)

Género: Cine mudo, ciencia ficción (distopía)

Argumento

En un contexto futurista no especificado, se levanta una colosal ciudad llamada Metrópolis. Impera un estricto sistema de castas. Los parias son aquí una enorme masa de obreros esclavizados, los cuales, cabizbajos, deben realizar de sol a sol un trabajo robótico para mantener activos los engranajes mecánicos de la magaciudad.

Los jóvenes de la élite, por su parte, se divierten en una sección distinta, realizando carreras de atletismo. Entre ellos está Freder, el heredero; hijo de Joh Fredersen, dueño y señor de Metrópolis. Un harén de atractivas muchachas está a su disposición. Una de ellas es seleccionada para entretenerlo. Pero mientras Freder y la elegida comienzan a solazarse, aparece una misteriosa joven rodeada por niños pobres y harapientos. Freder se olvida de su vida de lujos y decide averiguar quién es esa enigmática chica, que refiriéndose a los niños decía “son vuestros hermanos”.

Entretanto, en la sala de máquinas tiene lugar un aparatoso accidente. Freder presencia la catástrofe y tiene una espeluznante visión: Contempla como se abren las fauces de Moloch para engullir a los obreros, como si éstos estuvieran siendo ofrendados a la maligna criatura en sacrificio. Pero, al parecer, sólo fue una alucinación.

Freder decide ir a ver a su padre, que tiene su oficina en un rascacielos llamado “Nueva Torre de Babel”…

Fredersen tiene un ayudante llamado Josafat. El dueño y señor de Metrópolis está decepcionado con él, porque se ha enterado del “accidente” a través de su hijo y no a través de su segundo al mando. Lo mismo sucede cuando Grot, uno de los capataces, le entrega unos planos que llevaban unos obreros relacionados con la catástrofe ocurrida en la sala de máquinas. Por ello, Fredersen despide a Josafat. Freder, el hijo, trata de hacer recapacitar a su padre, “Qué ocurriría si los obreros se rebelaran contra tí?”. Freder alcanza a Josafat, impidiendo que se suicide, y le propone que de ahora en adelante trabaje para él. Freder quiere ir a “las profundidades”, con “sus hermanos”. Entretanto, Josafat le esperará en casa.

Una vez en lo más profundo de Metrópolis, Freder cambia roles con uno de los trabajadores de las calderas, que maneja unas agujas. El hijo del jefe le encomienda al trabajador que vaya a casa de Josafat y que ambos le esperen allí.

Mientras, Fredersen, encarga a un siniestro individuo con aspecto de vampiro que no pierda de vista a su hijo…

El trabajador, disfrazado con las ropas de Freder, se pone en camino rumbo a la casa de Josafat. Pero mientras está en la limusina, llegan hasta él los prospectos de un club nocturno llamado “Yoshiwara” (con una cita de Oscar Wilde: “Quien quiere vencer a sus vicios debe sucumbir a ellos”). Sin poder resistir la tentación (mujeres, baile, juego y diversión) el trabajador dice al chófer que en lugar de ir a casa de Josafat como le ordenó Freder vaya al Yoshiwara…

Entretanto, Rotwang le hace ver a Fredersen su creación: Un robot biónico creado con los restos de una tal “Hel”. El inventor, que perdió su mano y lleva una prótesis está seguro que la creación de vida artificial le compensa por ello. El amo de Metrópolis le pregunta al científico qué significan esos extraños planos que sus obreros llevan en los bolsillos. Tras un minucioso examen, Rotwang responde que los planos muestran las catacumbas de 2000 años de antigüedad que hay bajo Metrópolis. Ambos deciden ir allí para ver qué es lo que les interesa a los trabajadores en ese lugar.

Freder, que sigue como obrero manejando las agujas del reloj, es avisado de quie una reunión tendrá lugar en las catacumbas y acude allí como un obrero más. En ese lugar subterráneo tiene lugar un culto, oficiado por María, la joven que cautivó a Freder al inicio, diciéndole que esos niños pobres eran sus hermanos. María cuenta la leyenda de la Torre de Babel, una analogía respecto a la ciudad de Metrópolis. Babel fue erigida por miles de escalvos, que “aunque hablaban la misma lengua no se entendían entre ellos”. La joven sacerdotisa-profetisa explica que el proyecto fracasó y la construcción de la Torre colapsó porque faltaba un mediador entre “la cabeza” y “las manos”. Ese mediador es “el corazón”. María dice que, de nuevo, en Metrópolis, debe esperarse el advenimiento de tal mediador (es decir, del mesías). Freder, escuchando todo eso, se siente predestinado, y cuando los obreros se retiran se presenta ante Marí, diciendo que está dispuesto a asumir las funciones mesiánicas.

Fredersen y Rotwang espían a través de un agujero en las paredes de la caverna. El dueño de la ciudad encarga a su científico de confianza que fabrique un robot con la forma de esa chica…

Cuando Fredersen se retira, Rotwang persigue a Maria por las catacumbas hasta apresarla. Ella había quedado con Freder en la catedral. Éste acude allí, y su decepción es grande al no encontrarla. En la catedral hay estatuas que hacen referencia a los siete pecados capitales. También se alude al Apocalipsis, y a la Gran Ramera de Babilonia, la Mujer Escarlata.

Rotwang encarga a su androide destruir a Fredersen, a su hijo y a su ciudad. Pero para que su plan de resultado deberá hacer que el robot tenga el aspecto de Maria.

Mientras tanto, el siniestro esbirro de Fredersen localiza al trabajador que con las ropas de Freder había recibido el encargo de ir a casa de Josafat (y en lugar de eso se fue de juerga al “Yoshiwara”). Ese trabajador es Georgy, con el número 11811.

Freder va a ver a Josafat, y descubre que Georgy no había ido allí como estaba previsto. Nada más se retira Freder, aparece el esbirro de Fredersen en casa de Josafat. Trata de sobornarlo, pero Josafat no se deja corromper. El siniestro personaje muestra una tarjeta donde se ve para quién trabaja: Para el “Banco Central de Metrópolis”.

Entretanto, Rotwang trata de forzar a Maria para su experimento con el robot. Freder la escucha gritar y corre en su ayuda… Camina por un laberinto de puertas que se cierran y nada puede hacer por evitar que el científico insufle la vida de María a su robot biónico.

Fredersen ordena a la “nueva” Maria, el autómata de Rotwang, que destruya todo el trabajo de la Maria original.

De ser una santa profetisa, Maria ha pasado a convertirse en la Ramera de Babilonia, en la Mujer Escarlata del Apocalipsis, que realiza lujuriosos bailes en el “Yoshiwara”, enardeciendo las pasiones de los hombres y poniendo a unos contra otros. Al ver eso, Freder colapsa. Tarda tiempo en recuperarse. Pero cuando vuelve en sí, apoyado por su amigo Josafat, decide tomar el rol de “mediador” (de Mesías) para guiar a los trabajadores contra la tiranía y la opresión. Fredersen, por su parte, espera que los obreros se amotinen y así tener la excusa perfecta para reprimirlos…

Ahora hay dos Marías, la original (que sigue viva) y su clon, su doble, el autómata al que Rotwang ha dotado con su aspecto. El traicionero Rotwang está tramando desplazar a Fredersen, para hacerse con el control de Metrópolis en su lugar.

La falsa Maria incita a las masas de obreros a rebelarse contra las máquinas (siendo ella una máquina también). La turba se dirige a la máquina central, con el propósito de destruirla. El rebaño se dirige al matadero: A todas luces, los obreros están a punto de caer en una trampa.

Mientras, Freder y Josafat por un lado, y la auténtica por el otro, intentan evitar la catástrofe y desenmascarar a la impostora.

Metrópolis es anegada por una inundación, pero Freder, Josafat y Maria logran salvar a los niños. Ésto es algo que los obreros ignoran. Cuando el capataz les informa que sus hijos han desaparecido, los trabajadores se desesperan, y culpan de lo ocurrido a la “bruja”. El populacho la busca para quemarla en la hoguera, sin saber que hay dos Marías (lo cual sin duda conducirá a la confusión).

Por su parte, Rotwang trata de atrapar a la Maria original pues ve en ella a “Hel”, la mujer divina e idealizada…

Comentario

Antes de que George Orwell escribiera su “1984”, ya el séptimo arte había dejado para la posteridad una obra maestra del género distópico. “Metrópolis”, cuya versión íntegra apareció en Argentina hace poco más de una década, muestra una sociedad pesadillesca, mecanizada y robótica; resultando visionaria y alertando, con grandes dosis de crítica social, sobre las consecuencias de una deshumanizada sociedad hiperindustrial.

Decía Buñuel que “Metrópolis” tiene dos lecturas, una para “profanos” y otra para “iniciados”. Fredersen hace el gesto de la mano en el pecho (famoso por Napoleón, pero realizado también por Marx, y al parecer señal de reconocimiento en el seno de la masonería). El androide-golem está sentado en un trono bajo el pentagrama invertido, de connotaciones claramente satánicas. Rotwang es el prototípio científico loco à la Frankenstein. Con 100 años de adelanto, ya propone la creación de vida artificial (“el hombre máquina del futuro”) que hoy en día se está planteando seriamente por los partidarios de la robótica. La magia negra y el transhumanismo se dan ahí la mano.

Resulta excelente la atmósfera, sobre todo en escenas como la de las catacumbas, cuando Maria es perseguida por Rotwang a través de criptas en las que se ven cráneos y esqueletos.

También es digna de ser resaltada la escena de Maria como la Mujer Escarlata, con las alucinaciones de Freder y las profecías apocalípticas. La película puede considerarse como una parábola. De hecho el clon de Maria conduciendo a las masas hacia su propia destrucción, resulta reminiscente de la estrategia de manipulación social ejercida desde el vértice de la pirámide y conocida como disidencia controlada.

Se pone de manifiesto lo voluble y manipulable que pueden resultar las masas, las cuales siempre actuarán de una manera o de la opuesta dependiendo de quiénes las conduzcan.

La conclusión de la película, una vez ha sido derrotado el malvado científico loco Rotwang, nos ofrece una moraleja que resulta sencilla y profunda al mismo tiempo: Entre la cabeza y las manos siempre tiene que mediar el corazón. Ésto vale tanto para las personas en lo individual, como para las sociedades. Y aquí la “cabeza” de Metrópolis, ciudad que arquetípicamente representa a una sociedad orgánica, es Fredersen; las “manos” son los obreros (siendo el portavoz de los mismos su capataz Grot) y el “corazón” es Freder, el mediador, el “mesías” anunciado por la profetisa Maria.

A ésta (y a su clon) la encarna magistralmente Brigitte Helm. Como la auténtica Maria, la actriz logra transmitir un aura de gran bondad y pureza, mientras que en el rol del autómata creado por Rotwang, sus expresiones faciales y gesticulaciones atestiguan gran maldad y lascivia. El contraste es enorme. Digna de mención es la escena en la que la Maria-robot baila libidinosamente en el Yoshiwara, haciendo que los burgueses allí presentes pierdan el control.

El nombre japonés Yoshiwara, por cierto, significa “El buen prado de la suerte”, y era el nombre que recibía el distrito de los burdeles en Edo (actual Tokyo) durante el shogunato Tokugawa.

La escritora Thea von Harbou, esposa del director, se encargó del guión con la colaboración del propio Lang.

En “Metrópolis” se combinan la crítica social (intención original de Lang) con la metafísica. Thea von Harbou, apasionada de la India, tenía gran interés por temas místicos. El film contiene numerosos elementos de carácter iniciático. La propia ciudad de Metrópolis alude probablemente a Nueva York, la “nueva Babilonia”, una ciudad vertical, repleta ya entonces de rascacielos (equivalentes modernos de ziggurats y obeliscos). Vemos también a lo largo del metraje simbología numerológica, geométrica; se destaca la importancia del “tiempo” (un elemento del demiurgo) mediante el simbolismo de los relojes (no sólo en las maquinarias que Freder trata de controlar). La casa de Rotwang, antigua y con figuras de gárgolas en la fachada, así como la catedral gótica contrastan poderosamente con el resto de la arquitectura de esa jungla de asfalto vertical y futurista.

El director de fotografía fue Karl Freund, quien unos años después realizaría el mismo trabajo en EEUU para la ya sonora „Dracula“ de Tod Browning (1931).

FHP, marzo de 2020

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