Zatoichi y el condenado – Kazuo Mori, 1965

Zatoichi sakate giri  (a.k.a. “Zatoichi and the doomed man”)

Japón, 1965

Director: Kazuo Mori

Género: Chambara, Jidaigeki

Guión: Shozaburo Asai

Intérpretes: Shintaro Katsu (Zatoichi), Kanbi Fujiyama (Hyakutaro)

Música: Seitaro Omori

Argumento

Ichi ha sido arrestado por su participación en operaciones clandestinas de juegos de azar. Condenado a recibir un centenar de latigazos, mientras le azotan recuerda lo que la noche anterior le contó su compañero de calabozo: A él le van a soltar después de aplicarle el castigo, pero el desventurado Shimazo ha sido condenado a muerte por un crimen que – tal y como asegura – no cometió. Shimazo ruega a Zatoichi  que una vez le pongan en libertad vaya a la ciudad de Oarai para explicar su situación a dos influyentes amigos suyos: Senpachi y Jubei. Éstos dos habrán de testificar a su favor para aclarar el malentendido judicial que ha llevado a Shimazo al “corredor de la muerte”. También le pide que informe a sus familiares.

Tras recibir los latigazos, Ichi es soltado y prosigue su camino. Está indeciso acerca de ir o no a esa ciudad que Shimazo le indicó para ponerse en contacto con esos dos individuos. Finalmente decide ignorar el ruego de su compañero de celda: “Tengo que pensar también en mis propios intereses” y toma un trayecto diverso.

Ichi llega a un poblado, y lo primero que hace es acudir a una casa de juego. Pero no se trata de dados ésta vez, sino de tiro con arco… Todos los presentes se asombran cuando el ciego masajista solicita participar. “¿Cómo puedes tirar a la diana si estás ciego?” Pero Zatoichi insiste, pidiendo que alguien golpee ligeramente con un dedo la diana (que se encuentra en movimiento como si fuera un péndulo) para que él la localice con su afinadísimo oído. De ese modo Ichi acierta en el blanco y gana mucho dinero. Los yakuza que controlan el establecimiento no están dispuestos a dejarle marchar así como así, y tratan de detenerlo. Pero el ciego se defiende rajándolos a todos con su espada, enfundada en su caña-bastón. “¡Es Zatoichi!” grita presa del pánico uno de los atacantes antes de desplomarse.

Otro jugador que ha presenciado todo se ofrece para acompañar a Ichi, y “protegerlo” ya que se encuentran en una zona “peligrosa”… Se trata del monje errante Hyakutaro. Ichi acepta, pero no ignora que el monje tiene “dobles intenciones” y que lo que en realidad busca es hacerse con parte de su recién adquirido premio.

En un sendero por las montañas, ambos caminantes se encuentran con un herido. Éste les dice que ha sido agredido cuando se dirigía con un importante documento rumbo a la ciudad de Oarai. El lesionado emisario les ruega que lleven ellos el mensaje en su lugar. “Esa es la ciudad de la que hablaba Shimazo” piensa Zatoichi. El monje parte rápidamente hacia allí con el documento, mientras Ichi hace compañía al herido, esperando que les recoja un carro que les transporte a Oarai. Cuando el masajista finalmente llega hasta allí, se entera de que el monje se hizo pasar por él y cobró una jugosa recompensa por llevar el mensaje.

Muy indignado por ello, Ichi se marcha. “¿Dónde se habrá metido ese bastardo?” piensa el ciego refiriéndose a Hyakutaro. Y sigue pensando en voz alta que tiene mucho hambre… Un niño que se columpiaba cerca de él, le ha escuchado y se ofrece a llevarle a un lugar donde podrá comer hasta saciarse. “Ah, ¿tu familia tiene un restaurante?” “No señor, pero hay un local que me paga por llevarles clientes”. El pequeño conduce a Ichi hasta una apartada callejuela, y una vez allí el hambriento masajista es guiado hasta una desierta estancia que poco tiene de “restaurante”. Al parecer se trata de una trampa…

Ese local resulta ser una estafa de una banda yakuza: Buscan cobrar a los “clientes” la entrada, el cojín sobre el que se sientan, etc, y sólo después, si pagan, darles algo de comer… Pero con Zatoichi los bandidos no lo tienen tan fácil. El masajista les hace una demostración de sus proezas con la espada que les deja boquiabiertos. Luego les pregunta para quien trabajan: Ellos responden que para el oyabun Senpachi (“¡uno de los amigos del condenado Shimazo!” piensa el ciego) –  Ichi les pide que le lleven hasta él.

Cuando se encuentra con el jefe yakuza Senpachi, éste pide cortesmente disculpas al masajista por el intento de timo en el “restaurante” de sus hombres. Ichi le pregunta entonces si conoce a un tal Shimazo, y el oyabun responde que efectivamente es un gran amigo suyo. Entonces el ciego le narra su encuentro con él en la mazmorra y la delicada situación que ahora atraviesa, a punto de ser ejecutado. Senpachi le agradece la información y le sugiere que vaya a ver también a Jubei (el otro contacto del que hablara el reo), quien resulta ser otro jefe yakuza. Cuando Ichi está por marcharse, escucha los gritos de una mujer, que trata de salir de un armario donde está encerrada. Zatoichi abre la puerta, y desata a la chica, quien finge conocerle. De esa forma, Senpachi no tiene más remedio que dejarla libre, para no dar una mala impresión a Zatoichi. La mujer es al parecer una de sus prostitutas, y cuando se alejan de los dominios de Senpachi ella confiesa a Zatoichi que recurrió al ardid de fingir conocerlo para poder escapar del jefe yakuza. “¡No serás tan ingenuo para creer que Senpachi es un buen jefe! Es un ser execrable, al igual que ese Jubei…”

Aunque ni siquiera se lo había propuesto, Zatoichi ya ha cumplido parcialmente con lo que su compañero de prisión le había solicitado: Avisar a sus influyentes amigos para que intercedieran por él… ¿Pero será inocente el tal Shimazo? ¿Y serán los dos jefes yakuza realmente sus “amigos”?

Comentario

Pese a su sombrío título, ésta entrega de Zatoichi (la onceava) es una de las aventuras del espadachín-masajista con mayores dosis de humor. Ya durante la escena inicial, en la que Ichi es azotado en el patio de la cárcel, éste exclama: “¡Voy a volverme ciego de dolor!” “¡Pero si ya eres ciego de todas formas!” responde el que le propina los latigazos…

Muy divertida, por cierto, la imitación que el monje Hyakutaro hace de Zatoichi, y las consecuencias que de tal confusión se derivan.

FHP, septiembre de 2015

Deja un comentario