La desesperación de Zatoichi – Shintaro Katsu, 1972

Shin Zatoichi monogatari: Oreta tsue  (a.k.a. “Zatoichi in desperation”)

Japón, 1972

Director: Shintaro Katsu

Género: Chambara, Jidaigeki

Guión: Minoru Inuzuka

Intérpretes: Shintaro Katsu (Zatoichi), Kiwako Taichi (Nishikigi)

Música: Kunihiko Murai

Argumento

Zatoichi se cruza en un puente con una mujer que toca el shamisen. La anciana le advierte que tenga cuidado, pues la madera del puente cuenta con agujeros, y es fácil precipitarse al vacío si no se presta atención al andar. Los dos conversan brevemente y la señora pregunta al ciego hacia donde se dirige. “Hacia ningún sitio en particular, hacia donde el viento me lleve” responde el errabundo masajista. La vieja repone que ella, por su parte, tiene la intención de visitar a su hija, que trabaja en una casa de geishas llamada Ogiya en una ciudad próxima. Instantes después de que se han despedido, el ciego tiene la idea de ofrecer unas monedas a la anciana, a modo de propina por tocar tan bien el shamisen… La agradecida mujer se dispone a tomar las monedas, pero distraída ante el sorprendente obsequio, resbala, pierde el equilibrio y cae al vacío… Precisamente ella, que había recomendado al invidente que tuviera sumo cuidado.

Zatoichi se siente culpable del accidente que le ha costado la vida a la pobre mujer. Al contrario que su dueña, el instrumento se ha quedado en el puente y el masajista lo recoge. Con el shamisen se encamina hacia la ciudad de la que le hablara la difunta, para buscar en Ogiya a su hija la geisha.

Una vez allí, Ichi es recibido de muy malos modos por los yakuza que regentan el antro. Pero de inmediato éstos se muestran más dóciles cuando el ciego reparte generosas propinas. No sabe cómo se llamaba la madre ni cómo se llama la hija; y lo único que le conecta a la fallecida es su instrumento musical. En él puede leerse “Nobu”, que al parecer es el nombre de la propietaria. Cuando los empleados del local preguntan por una geisha cuya madre se llame Nobu, no tarda en localizarse a la hija: Se trata de una joven llamada Nishikigi, quien se dedica allí a la prostitución. “¿Y si la anciana se dirigía a Ogiya para pagar la liberación de su hija?” se pregunta Zatoichi compungido.

La casa de geishas, así como otros negocios de la localidad, está en manos del jefe yakuza Mangoro, quien a su vez responde ante el aún más importante oyabun Iioka. Cuando una chica trata de escaparse del burdel, es atrapada poco después y represaliada a base de golpes y torturas. Una adolescente que trabaja allí como sirvienta contempla aterrada el castigo – trabaja como criada todavía; pues aunque en teoría, como le dice a su hermano pequeño, debe ser liberada dentro de tres años, es casi seguro que sus “amos” la envíen pronto a prostituirse. La mayoría de las chicas que allí trabajan están en esas condiciones de semi-esclavitud a causa de “deudas” usurarias que sus familias supuestamente contrajeron.

Cuando Zatoichi confiesa a Nishikigi lo sucedido a su madre, la joven no parece demasiado afectada. Es mayor la consternación del ciego que la de la prostituta. La geisha ya lleva muchos años en ese mundo, parece “endurecida” por el sórdido ambiente que la circunda, y acostumbrada a la vida que lleva – muy al contrario que la quinceañera Kaedé, antes mencionada. Aún así, Ichi considera estar en deuda con Nishikigi, y se propone comprar su libertad. Lo que no sabe es que el prometido de la chica, un yakuza de bajo rango llamado Ushi, ya está ahorrando para sacarla de allí.

Ichi se dirige a una casa de juegos y solicita a los allí presentes que le permitan jugar a los dados. Con una estrategia ya antes vista en otras de sus películas (primero se hace el “tonto” dejando que los otros se aprovechen de su ceguera, y después da “la vuelta a la tortilla” haciendo “trampa” contra los auténticos tramposos) logra ganar una cantidad considerable. Sus contrincantes en el juego no están dispuestos a tolerar que el masajista salga vivo de allí, pero nada pueden hacer ante la supremacía esgrimística de Ichi.

Cuando los bandidos de Mangoro descubren que ese ciego tan astuto es el célebre Zatoichi comienzan a gestar planes para matarlo. Si lo consiguen, Mangoro espera convertirse en un oyabun del prestigio y la categoría de Iioka.

Mientras tanto, Ichi se presenta con el dinero que acaba de ganar ante la encargada de la casa de geishas solicitando la liberación de Nishikigi. A la hija de la anciana que tocaba el shamisen se le permite así abandonar Ogiya. Pero Nishikigi no tarda en darse cuenta de que otra vida, “una vida decente y normal” como le propone Zatoichi, no es posible para ella…

Comentario

Ésta, la vigesimocuarta y antepenúltima, es una de las dos películas de la saga dirigida por el propio actor protagonista Shintaro Katsu, quien además hizo las veces de co-productor. La otra, también dirigida por Katsu, es la última de las originales (llamada “Zatoichi” a secas), que fue rodada muchos años después – en 1989 – y donde se aprecia a un Ichi ya encanecido y casi anciano.

“Zatoichi in desperation”, como su propio título ya indica, está cargada de un profundo pesimismo. Oprimente y oscura, triste, deprimente y sin esperanza. Trágica y emocionalemente brutal. Los pescadores del poblado son humillados por los hombres de Mangoro, las barcas con las que ganan su sustento son quemadas ante sus ojos porque no pueden pagar “las deudas”. Un niño pequeño que se atreve a tirar una piedra a uno de los criminales es salvajemente vapuleado y muere poco después. Resulta ser el hermanito de la adolescente Kaidé, sirvienta en la casa de geishas. Cuando la muchacha se entera de lo sucedido, se suicida ahogándose en las profundidades del mar.

También el propio Ichi sufre las vejaciones de los miserables rufianes, quienes usando a Nishikigi como rehén se apropian de su caña-espada para luego destrozarle las manos, de modo que no pueda volver a empuñar arma alguna… Sin embargo, cuando parece que todo está perdido, el masajista ha ideado una forma de derrotar a sus enemigo sin necesidad de tener que agarrar su espada… El duelo en la playa, primero durante la tormenta y más tarde durante el atardecer, con el rumor del oleaje escuchándose al fondo, contiene innegables tintes poéticos.

FHP, agosto de 2015

 

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