Lone Wolf and Cub / Kozure Okami (Parte V): “Meifumado” – Kenji Misumi, 1973

El lobo solitario y su cachorro: Meifumadō (V.O. Kozure Ōkami: Meifumado / T.I. “Lone Wolf and Cub: Baby Cart in the Land of Demons”)

Japón, 1973

Director: Kenji Misumi

Género: Chambara, Jidaigeki

Guión: Kazuo Koike, Goseki Kojima

Intérpretes: Tomisaburo Wakayama (Itto Ogami), Akihiro Tomikawa (Daigoro), Michiyo Ohkusu (Shiranui), Tomomi Sato (Oyo), Hideji Otaki (Jikei)

Música: Hideaki Sakurai

Argumento

Itto Ogami y su hijo Daigoro se encuentran atravesando un paraje a los pies de una cascada. Junto a ellos pasa un individuo que en su sombrero porta colgada la imagen con la que se dan a conocer aquellos que quieren contactar al ex-kaishakunin para encargarle un asesinato. Ogami le interpela al respecto y el otro le ataca. El ronin reacciona velozmente, hiriendo de muerte a su contrincante. El agresor le explica que se trataba de una prueba. Le dice que es un samurai del clan Kuroda y le entrega 100 ryo, la quinta parte de lo que Ogami suele cobrar por sus trabajos; pero le dice que en su camino se encontrará con otros cuatro miembros del clan que le irán revelando detalles sobre la misión a cumplir y le darán 100 ryos más cada uno. Para que los restantes cuatro agentes de los Kuroda le reconozcan, Ogami deberá llevar colgado al cuello un mala (o rosario budista) que el samurai le entrega antes de expirar.

Así, Ogami se va encontrando sucesivamente a los otros cuatro espadachines de los Kuroda, que igualmente tratan de comprobar su habilidad en la esgrima, muriendo siempre en el intento tras entregarle 100 ryos, un mala, y contarle los pormenores de su encargo: Debe matar a la princesa Hamachiyo, una niña de 5 años, por ser la hija ilegítima del daimyo Naritako. Éste encerró al auténtico heredero Matsumaru, su primogénito e hijo de su mujer legal; y hace pasar a Hamachiyo (cuya madre es una de sus concubinas) por el príncipe. Ogami también tendrá que arrebatarle un importante documento relacionado con ese conflicto familiar a Wajo Jikei, máximo sacerdote del templo Sofuku; y a continuación matar a ese importante clérigo, venerado como un Buda viviente. Ogami aprende que Wajo Jikei está relacionado con los Yagyu, y que próximamente tiene previsto entregarle el confidencial manuscrito al propio Retsudo. Los agentes del clan Kuroda quieren evitar eso a todo a costa. Si sale a la luz que el príncipe legítimo Matsumaru está en un calabozo y que en su lugar se sienta una impostora, hija de una concubina, el shogun podría ordenar la disolución del clan; y sus posesiones y territorios serían absorbidos por los Yagyu.

El último de los agentes del clan Kuroda que Ogami se encuentra, no se da a conocer como tal desde el principio… Al inicio dice ser sólo un observador que ha quedado maravillado tras verle luchar en el lago (contra el cuarto samurai, usando la técnica “corta-olas” de la Suio-ryu). Tras los elogios le invita a beber te. Ogami acepta, toma un sorbo y seguidamente se retuerce cayendo al suelo. En ese momento, el quinto samurai Kuroda se presenta, diciendo que el te estaba envenenado y que ésta era la quinta prueba, pues había que asegurarse de que Ogami estaría preparado para todo tipo de eventualidades… El agente piensa que el ronin-mercenario no ha superado la prueba; y se dispone a darle el toque de gracia. Pero Ogami se levanta, le da un estocazo con su espada y escupe el envenenado brebaje, que no había llegado a tragar. Previsor, Ogami contaba con una trampa de ese tipo. Antes de morir, el Kuroda le entrega al ex-kaishakunin los últimos 100 ryu que faltaban para completar los 500 que cobra por sus servicios, así como el quinto mala. Y también le dice que el “Buda viviente” Wajo Jikei, confabulado con los Yagyu, esconde los documentos relativos al clan Kuroda en unos rollos-sutra que siempre porta consigo. Antes de su previsto encuentro con Retsudo, el sacerdote pasará por un pueblo cercano donde tiene lugar una festividad veraniega. Ese será el sitio ideal para matarlo.

Una vez en el evento, padre e hijo vuelven a separarse (como ya sucedió en la anterior entrega). Ogami entra empuñando su espada en el templo donde se encuentra el sacerdote. Éste se encuentra sumergido en profunda meditación, entonando mantras guturalmente. El ronin se le acerca diciendo con tono firme “Vuestra vida me pertenece”. Wajo Jikei, sin inmutarse, le responde: “No es posible matar a la Nada. No puedes matarme, ya que mi ser se ha disuelto y se ha convertido en una parte del Todo.” Ante éstas palabras, Ogami comienza a vacilar. Gotas de sudor perlan su frente. El siniestro sacerdote continúa, pronunciando el famoso koan zen: “Si encuentras a Buda mátalo. Si encuentras a tus padres mátalos (…)” Y añade: “La Nada es el Camino del Asesino”. Ogami ha sido “desarmado” con la táctica de “guerra mágico-psicológica” empleada por el clérigo. Lentamente, el ronin se retira sin cumplir (aún) su misión…

Mientras tanto, en la fiesta veraniega que en las calles está teniendo lugar, una pareja de carteristas está haciendo de las suyas. La ladrona Oyo y un cómplice roban a varios de los presentes en el concurrido evento. Oyo finge tropezarse con el “objetivo”, al que aprovecha para birlar la cartera, y se la pasa a su compinche que se encuentra detrás de ella, y que corre a ocultar el botín en un escondite donde almacenan todo lo robado. Pero unos policías de Edo están al tanto de que Oyo se encuentra allí cometiendo sus fechorías y le siguen la pista… Uno de sus robos sale mal, pues la víctima se da cuenta enseguida de que su cartera ha desaparecido y da la voz de alarma. Los policías se movilizan, y Oyo escapa, entregándole la cartera (prueba de su delito) a un niño que pasaba por allí, diciéndole “Toma ésto, y guárdamelo; no le digas a nadie que yo te lo dí”. Ese niño no era otro que Daigoro, el “cachorro” del Lobo Solitario… Cuando llegan los agentes y ven a Daigoro con la cartera, suponen que es un cómplice de la ladrona. Tratan de interrogarle por las buenas, ofreciéndole caramelos, pero el niño se niega a hablar… Entonces lo arrestan y lo llevan atado, ante la sorpresa y la indignación de los presentes, que se preguntan qué crimen ha podido cometer un niño tan pequeño.

El comisario coloca a Daigoro ante la vista de todos y, para que sirva de ejemplo, se dispone a aplicarle un dracónico castigo ante la multitud… a menos que la carterista Oyo se entregue. Ésta, preocupada, contempla la escena mezclada entre la gente. También Ogami se encuentra allí. Cuando el policía hace amago de azotar al pequeño, Oyo no resiste la idea de que el niño sea torturado por su culpa y se entrega. El policía pregunta entonces a Daigoro si esa es la mujer que le dió la cartera… pero el pequeño lo niega. Oyo insiste en que ya no es necesario que la encubra, pero Daigoro sigue empecinado en negarlo todo. Furibundo, el policía le aplica unos azotes. El rostro de Daigoro apenas se inmuta, y ni un quejido sale de sus labios… La multitud que todo lo contempla está sumamente asombrada. Oyo, llorando, vuelve a insistir en que es ella la buscada carterista, hasta que finalmente el policía la cree y deja a Daigoro libre. La ladrona, muy emocionada, afirma que el niño le ha dado una lección, y promete no robar nunca más. Daigoro es aclamado por todos los presentes, que admiran el valor y la firmeza sin par que ha demostrado ese niño de cuatro años. Oyo le había dicho que le guardase la cartera y que no dijese a nadie que fue ella quien se la dió. El pequeño supo cumplir al pie de la letra.

A las afueras del poblado, Itto Ogami espera a su hijo. Ambos se reencuentran, y el Lobo Solitario está orgulloso de su vástago: Daigoro ha demostrado ser un auténtico Ogami. Pero el padre, el ronin-mercenario, todavía no ha cumplido su misión…

Una integrante del clan Kuroda llamada Shiranui acude una noche a visitar a Ogami mientras éste ora en un templo. Le vuelve a recordar el encargo que debe cumplir, añadiendo que además de matar al sacerdote y a la princesa, debe también acabar con el corrupto daimyo (jefe del clan Kuroda), quien mantiene encerrado a su propio primogénito; y también a la amante de éste (madre de la princesa Hamachiyo). Ogami responde con su grave voz: “Nosotros, padre e hijo, hemos decidido vivir en el Camino de la Sangre. Estamos preparados para todo y no retrocedemos ante nada.”

Ogami sabe que Wajo Jikei acompañado por todo su séquito va a cruzar un río, y que a la otra orilla le espera Retsudo Yagyu con sus hombres, para recibir los documentos que comprometen al clan Kuroda. Ogami decide llevar a cabo un plan casi suicida: Bucea hasta llegar justo debajo de la barca del sacerdote, recorta con un puñal el compartimento de madera donde el alto clérigo se encuentra, de modo que éste se hunde en el agua. Ahora, Ogami sí logra asesinarle. De inmediato el agua entra en la barca donde estaba el sacerdote, y ésta se hunde. Retsudo, ahora tuerto (tras la batalla que vimos en el episodio precedente), intuye de inmediato quién ha provocado ese sabotaje y pronuncia la que se va convirtiendo en su frase habitual: “Maldito sea Ogami Itto!”

Como era de esperar, todos los escoltas del sacerdote se le echan encima; así como los samurais Yagyu. Pero un grupo de jinetes acude de improviso en ayuda del ronin: Son los guerreros enmascarados del clan Kuroda, expertos en el manejo de lanzas…

Comentario

Para ésta quinta y penúltima entrega, Kenji Misumi volvió tras las cámaras a dirigir la continuación de la saga de Kozure Okami; realizando una vez más un magnífico y emocionante largometraje. Continúan aquí las pruebas a Daigoro (algo que ya había dado inicio en el capítulo anterior, cuando el samurai Yagyu queda impactado ante el aplomo del pequeño). La escena en la que el niño, haciendo gala de un valor impresionante, se niega a hablar aún bajo tortura es sencillamente magistral; pues ilustra la importancia que ya desde la más tierna infancia implicaba para él la lealtad a la palabra dada. Daigoro es sin duda un pequeño guerrero en potencia, por cuyas venas fluye inequívocamente la sangre samurai. Su padre puede estar orgulloso de él.

Los enmascarados del clan Kuroda que ayudan al mercenario contra los Yagyu terminarán volviéndose contra él, y en las escenas finales Ogami luchará contra ellos; tras lo cual cumplirá la segunda parte de su misión, siguiendo así el camino de su dharma

Es interesante mencionar que uno de los muchos paralelismos entre Ogami y Conan es el sentido de la espiritualidad de ambos superhombres. Ninguno de los dos es ateo, pero tanto el uno como el otro se muestran suspicaces ante el clero, los sacerdotes y la magia. Conan no conoce el miedo a la hora de enfrentarse a hordas de enemigos fuertemente armados, pero sus atávicas “supersticiones bárbaras” le hacen contemplar con cierto “respeto” el poder que emana de nigromantes, magos y brujos. Algo muy similar ocurre con Itto Ogami, como puede observarse en la escena en la que, en el templo, se produce su primer intento de eliminar al imponente y siniestro sacerdote.

A lo largo de la película se menciona una vez más que la espada de Ogami es una dotanuki.

FHP, 2015

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